Oscar Durán
La Habana.- Por estos días, la capital de Cuba celebra sus 504 años. Nadie sabe la fecha exacta de su fundación porque Jacques de Sores, el corsario francés, quemó las Actas del Cabildo de esa época. Quizás de Sores tuvo luz larga. ¿Para qué ponerle un día específico a la Villa San Cristóbal de la Habana, si después de cinco siglos va a estar hecha pedazos y pidiendo a gritos una toma por los ingleses, por los haitianos, o por los sudafricanos? Nos da lo mismo quién venga. Hasta Johnny Deep con el Holandés Errante nos sirve, pero que venga ya a ver si salimos de esta desgracia.
Con bombos y platillos vuelve la dictadura a pintar una Habana que no existe. La misma baba de siempre: “su antiguo centro conserva una interesante mezcla de monumentos barrocos y neoclásicos, un conjunto homogéneo de casas con arcadas, balcones, rejas de hierro forjado y patios interiores. Las obras ingenieras incluyen castillos, fuertes, fortines, reductos, murallas, torreones, cuarteles, baterías y otras construcciones que en la actualidad son patrimonio histórico y cultural.”
Como ven, el paquete no viene completo. Lo dejaron a medias, pero uno debe ser generoso con el régimen y, a veces, no siempre, le debe tirar un cabo. Por ejemplo, nadie puede caminar por ninguna parte de La Habana Vieja porque te cae un balcón en la cabeza y ni carro fúnebre ponen para el velorio.
Las casas se están cayendo a pedazos. En vez de ciudad maravilla, el calificativo ideal es ciudad destruida. Incluso, dentro de los escombros, viven madres con niños chiquitos pasando tres varas de hambre y pidiendo dinero a todo el que pasa.
La delincuencia anda desatada. No importa si eres sueco o de Songo la Maya. Los filtros se acabaron. Te ponen una navaja en el cuello y “dame todo lo que tengas porque aquí mismo caes redondito.”
Si quieres fumarte un porrito, la misma Seguridad del Estado te lo vende frente al hotel Inglaterra. Eso sí, el pago es en verde porque después ese dinero va a una cuenta bancaria en Londres a nombre de Alexis, Alex o Antonio.
Los habaneros están tristes. Ya no hay música en el barrio, ni toques de santos, ni ese desparpajo contagioso en todas sus calles. En el parque Central ya no se habla de pelota y la fachada del hotel Saratoga es la imagen de un país: la parte de arriba quedó intacta, sostenida por las columnas destruidas de los pisos inferiores. No veo un ejemplo más claro para ilustrar una nación.
Así está La Habana en sus 504 años. Es como una señora que anda triste, pero debe maquillarse un poco y poner su mejor cara porque su amo le cae a latigazo. Llegará el momento en que ni maquillarse podrá. Romperá las cadenas del miedo, sacará toda su rabia y la descargará contra el tirano. O también puede morir antes, cansada de llamar a la lucha a sus hijos y estos nunca le responden cinco siglos después.