Por José Walter Mondelo
La Habana.- Hace hoy cinco años nos dejó uno de los mayores escritores de nuestra lengua, el inabarcable Fernando del Paso. Novelista, ensayista, poeta, periodista, autor teatral, economista, diplomático, pintor y caricaturista, sus novelas deslumbrantes, enciclopédicas, verdaderas catedrales, José Trigo (1966), Palinuro de México (1977) y Noticias del Imperio (1987), lo elevaron al Olimpo de las letras de nuestra lengua. Como dijo en su discurso al recibir el Premio Cervantes (abril de 2016):
«(…) y es que desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo, toso y estornudo en castellano. Eso no es todo: también hablo, leo y escribo en castellano.»
Como prueba de sus palabras, tres de sus maravillosos sonetos.
Que te acaricie yo, tus pechos, ave…
Que te acaricie yo, tus pechos, ave,
como rezar las cuentas de un rosario.
Y que mi amor badajo y campanario
te lo repique yo, que yo te clave.
Que sean mis manos, de tus muslos, llave.
Tu rosa, de mis dedos, relicario,
y en su fronda la lengua de un canario
con mi lengua, la sal, que yo te lave.
Nada más eso pido, quiero, ruego.
A eso me dedico y a adorarte
a quererte, y a eso me consagro.
Y te juro, las manos sobre el fuego,
que volveré otra vez a codiciarte
cada vez que cumplas el milagro.
Es tan blanca, tu piel, como la nieve…
Es tan blanca, tu piel, como la nieve.
La nieve quiere al sol por lo brillante.
Y el sol, que se enamora en un instante,
se acuesta con la nieve y se la bebe.
El sol, aunque es muy grande, no se atreve
a hacerse olvidadizo y arrogante:
se acuerda de su novia fulgurante
y se pone a llorar, y entonces llueve.
Y llueve y llueve y llueve y de repente
la lluvia se hace nieve: esta mañana
que nieva tanto en Londres, y ha nevado
luminosa y nupcial y blancamente
en jirones, tu piel, por mi ventana,
ningún sol, como yo, tan desolado.
Como el oro, por rubio, es tu cabello…
Como el oro, por rubio, es tu cabello.
El oro y el otoño, que es su hermano,
se despiden, volando, del verano
y viajan, río abajo, por tu cuello.
Y yo, que me robé y guardé un destello
en el hueco más claro de la mano,
una carta, en las hojas de un manzano
te escribo con su brillo, la embotello
en un litro de luz y te la envío,
y dice así: “el mar, mi casa entera,
el corazón, mis ojos, cinco rosas:
por ahogarme de nuevo en ese río
de dorada quietud, qué no te diera:
mi peso en oro, en sol, en mariposas…”