EL SAUCO AMARILLO

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Por Gretell Lobelle ()
Mantilla.- Un sauco puede llenar las mañanas. Ando cada día desprendiéndome de todo. Espero que al final no quede nada. Una nada traducida en paz y levedad de cuerpo y espíritu. Estos días raros, redundantes, me acercan a lo escencial, lo básico. ¿Acaso necesito más?
Una certeza se va instalando en necesidades primarias, y ahí está el color amarillo que nunca he visto. Descubro que me he pasado el tiempo mirando sin ver. Me he puesto a pensar en el color amarillo. Quizá no abunde o será esta manía de vivir en representaciones y símbolos.
Otra mañana donde comienzo el ejercicio conciente de desprenderme, liberar todo aquello que he ido cargando a través del tiempo. Enero traducido en despedidas. En enero alguien me hizo tocar fondo. En enero tú, poco a poco, me devuelves la luz. Te has empeñado en mis superficies, en quitarme «el peso de esta isla». Está isla me agobia. Esta isla me seca. Esta isla me anula.
Un café, a esta hora del día y la misma pregunta: ¿qué necesita el hombre para ser feliz? Yo amanezco. Me siento en el sillón, en esta tentativa de terraza y espero que el sol me caliente el rostro. Disfruto el sol hasta el justo instante que empieza a quemarme la piel.
No sé identificar el canto de cada pájaro, pero me acodo en esos sonidos distintos, en tanto silencio. Adoro las mañanas y su voz propia. Ya no me apuro. Me quedan pocas, poquísimas cosas importantes. Ahora en que el tiempo adquiere otra dimensión, ando descubriendo el amarillo. Aún no estoy convencida, pero el amarillo en el sauco me atrae más que los colores de la ropa de cada gente que me encuentro en la calle. Siempre me había gustado observar los colores de la gente a mi paso.
Ahora todos andan buscando, buscando lo mínimo. Andan sin color. Ya no miro a sus rostros. Me entristece mirar esos rostros vacíos. La gente ha perdido la expresión del rostro. Una misma expresión de cansancio, hastío, de abulia es común a todos. Observo la calle en mezclas de colores sin luz, opacos, sin vida.
Quiero apreciar armonía. La simple armonía en tantos cuerpos y objetos y no la encuentro. Cuba solía ser brillante, armónica. Por eso salgo poco y digo como justificándome que trabajo desde casa. Yo evado una pandemia peor que la pasada: la pandemia de la desilusión. A veces pienso que este encierro es parte de salvarme de esta isla, de salvarme de que me trague, que me vuelva otro rostro más.
Tú estás hace tiempo. Tanto para no darme cuenta de tu presencia, lo que nos es común y no apreciamos. No voy a disculparme por ello. Quizá la vida vaya de aquello que no ves y siempre ha estado ahí. Quizás esté en desaprender y desprenderme. Mirar diferente es la manera que he encontrado de sanar, de mantenerme a salvo, si es que se puede estar a salvo de esta isla.
Ando en distancias físicas. Contigo no. Estás en todo lo que puedo o no tocar. Ahora esta lectura y tú. Tú eres como el amarillo del sauco y esa manía de devolver la mujer que una vez fui. Practicas la creencia categórica de que estoy intacta. Yo en tantas mujeres, rota y armada por pedazos. No me vas a soltar, y esa certeza se va instalando.
Tú que lo tienes todo y te preocupas cómo te veo? ¿Acaso sabes qué hacer con una mujer que se ha roto? Cabilas y eso me incomoda. Crees que he perdido el gusto por escribir. Me preguntas constantemente. Sé que eso te preocupa, como si pensaras que una parte de mí ya no está.
A veces tengo muy en piel un tiempo atrás. Ese donde escribir era una tortura, una guerra de imposiciones, pero es otro enero y estás tú convidando al ejercicio de espantar demonios. Gustas de mi singularidad. Me pregunto si habré llegado a destiempo. Siempre me he sentido a destiempo.
Se puede florecer. No me canso de repetirlo, como mantra, como mis limones que son viejos y florecen. Flores de azahar. Esa palabra me gusta. Las palabras «vehiculan» la idea. Tengo un deseo oculto de florecer, deseo de una tierra fértil.
Prefiero dejar ese deseo en calma. Lo voy abrazando de a poco. Todavía logro espantar toda la mierda de una tierra enferma. Soltar todo aquello que envenena. Abrazar lo amable, lo sencillo, lo importante. Vuelvo al amarillo del sauco. El sol empieza a estar alto y a esta hora apareces. Casi cinco minutos para que abras el día, para que me hagas sonreír como si vivir fuera otra cosa. Vivir, otra cosa distinta a Cuba

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