Por Padre Alberto Reyes ()
La Habana.- Para que la vida fluya es necesaria la armonía, y uno de los binomios que todo individuo tiene que armonizar es la relación entre vocación y motivación, porque la vocación, es decir, el llamado a hacer algo, es real, pero no existen las motivaciones puras, y como no se purifique la motivación, la vocación puede corromperse.
Hay personas que se sienten llamadas a dirigir, a administrar, a gobernar. La motivación buena y pura de gobernar a otros es convertirse en punto de enlace entre las necesidades del pueblo y la solución de esas necesidades. El objetivo del poder es el pueblo, un pueblo al cual servir, al cual ayudar a través de todos los medios posibles, incluidas las leyes, de modo tal que las personas concretas que integran el concepto abstracto de “pueblo”, vivan mejor, sean más felices, tengan sus necesidades cada vez más resueltas.
Pero ya hemos dicho que no existen motivaciones puras, y el poder da también otras cosas que no son sólo la posibilidad de llevar bienestar a las personas. El poder da medios económicos, da estatus, da control, da conexiones… y da también la posibilidad de imponer los propios criterios, de apoyarse en otros para construir un universo de provecho personal. El pueblo sigue siendo el objetivo, pero ya no para servirlo sino para usarlo, para manipularlo de modo que se convierta en el soporte del propio poder.
Llegados a este punto, la motivación se corrompe. No se cambia el discurso, que es siempre el mismo: “Fíate de mí, que soy tu mejor opción”. Es más, puede pasar que el discurso se vuelva cada vez más vehemente, más sublime, incluso “hermosamente agresivo”, pero sólo para hipnotizar el tiempo preciso que permita cambiarlo todo según los propios intereses, poner las cadenas necesarias, cerrar las vías de escape y voilà, ya puedes despertar del hechizo: todo está controlado, los mecanismos democráticos que permitían la libertad han sido anulados… la cárcel ha sido cerrada, y tú estás dentro.
Jesucristo dijo una frase a la que no solemos prestar atención: “Por sus frutos los conocerán”. Y un sistema político empieza a dar “frutos” desde el inicio, pero solemos ser ingenuos, y nos pasa como a las mujeres atrapadas en una relación de maltrato: esperamos y esperamos, primeramente sorprendidos y sin creernos mucho que lo que vemos, escuchamos, palpamos e intuimos sea verdad. Pero luego, seguimos esperando, diciéndonos una y otra vez: “No puede ser, esta vez sí será diferente”, mientras la soga se aprieta más y más sobre nuestro cuello al ritmo de “Sigo siendo tu mejor opción”.
¿Cómo se corta la soga? Rebelándose, protestando, plantándose, asumiendo que ningún Estado es Dios y reclamando que el poder realice la función para la cual fue creado: servir a ese pueblo que es, en realidad, el que lo sostiene, porque todo poder es, de hecho, sostenido por la gran masa popular, y cuando un pueblo decide plantarse, es indetenible.
Y es que es absurdo que un pueblo se entregue en cuerpo y alma a un Estado que sólo lo usa para mantenerse, porque cuando la motivación de servicio se ha corrompido y el poder se ha vuelto tiranía, es ingenuo esperar que el carcelero quiera hacer un cambio a tu favor y decida que “esta vez será diferente”.