Por Arnoldo Fernández ()
Contramaestre, Santiago de Cuba.- Hizo muchas cosas para encontrarse así mismo, pero en ninguna consiguió sentir el ángel que descubrió un día, cuando un amigo puso en sus manos una cámara y le pidió fotografiar un grupo de rock. A partir de ese momento, supo el camino, no dudó en recorrerlo sin importar el precio, pero vivía en un país con salarios precarios y una economía en crisis; si quería ser en verdad un fotógrafo, tenía que emigrar.
Pasó el tiempo y empezaron a llegar noticias suyas: exposiciones, premios, fotorreportajes en revistas internacionales. Había logrado lo que en su pueblo natal, Contramaestre en el oriente de Cuba, era imposible.
Cuando supe del premio internacional que obtuvo en días recientes, junto a nueve compatriotas, empecé a acariciar la idea de entrevistarlo. El premio es una beca de resiliencia para artistas cubanos emigrantes, que promueve una red global que salvaguarda el derecho a la libertad artística y garantiza que puedan vivir y trabajar sin miedo.
Las respuestas a mis preguntas acercan al perfil definitivo de un artista del lente, que tiene un pasado y un presente que marcó su vida; un hombre que ahora tiene muy claro que la fotografía es una militancia al servicio de la verdad y la justicia.
¿Quién es Ruber Esmil Osoria González?
Un joven campesino del oriente cubano. Hijo de un matrimonio evangélico, pentecostal. Nací en Blanquizal, calle 11, final, sin número. Mi casa estaba en la entrada de un aguacatal que pertenecía al Ministerio del Interior (MININT).
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía tres meses de nacido, por eso digo que soy hijo de madre soltera-campesina.
Mi mamá era jornalera. Trabajó en Bungo 7 recogiendo naranja. Se levantaba a las cinco de la mañana para montar un tractor destino a su trabajo. En la tarde me traía naranjas nebo, dulce de leche…
Crecí en una casita de piso de tierra, madera y una sola habitación; ahí teníamos nuestras camas, la cocina, el armario, todo; no había donde defecar. El baño en las tardes lo hacíamos con un cubito de agua entre dos yaguas, sobre una laja; al lado había una mata de plátano felipita.
Mi mamá lavó en batea. La batea eran dos palos con una goma de tractor cortada.
La vieja para mantenerme hizo de todo, hasta sembrar en una pequeña parcela pegada a nuestra casa: frijoles caritas, boniato, yuca, calabaza, maíz. Tenía una macha (cerdo) a la mitad, que le paría 11 o 12 machitos.
En ese tiempo dieron un episodio que se llamó, La cueva de los misterios, gracias al mismo, los muchachos del barrio jugamos a ser indios taínos, vestidos con taparrabos, armados con lanzas y esas lanzas eran nuestras armas para matar cepas de fongo (españoles). Yo me sentía el niño Baconao de la leyenda, aquel que hacía música gracias a los caracoles de la laguna.
Crecí jugando a los caballos, a Nacho Capitán, Silvestre Cañizo. Escuchando cuentos de La Graciana, Maibío. Jugando en arroyos crecidos.
Una vez hubo un ciclón que nos derribó la casa, a partir de ahí todo se volvió una tragedia. Nos quedamos sin hogar, sin tierra donde sembrar. Mi mamá tuvo que trabajar entonces como auxiliar de limpieza en el hospital. La vida de mi madre se volvió una desgracia, empezó a enfermarse, amanecía en Vivienda casi todos los días, la peloteaban, terrible lo que pasó mamá con Vivienda. No le hicieron la casita. Tuvimos que vivir agregados en Rosabal. Hubo un momento en que pensamos irnos para Los sin tierra. Cuando yo cumplí 20 años, fue que el gobierno le hizo una casita en Rosabal, que no tiene papeles, ni agua, ni nada, pero al menos es algo.
Un día mamá me dio una lección de vida, me dijo:
—Me cansé de ser auxiliar de limpieza.
Después de vieja, pasó un curso de cocinera. Con mucho empeño, logró graduarse. Un día llegó a casa con su título, muy feliz y me dijo:
— ¡No voy a limpiar más piso, ahora soy cocinera!
¡Eso me da un sentimiento!
De ahí, empezó a trabajar en el Centro de Elaboración de Maffo; siempre traía a casa: jarucos, manteca, panochas, galleta bieiro
Mi mamá me enseñó que el dinero no es todo en la vida, que lo poco que uno tiene puede compartirse si es de corazón.
De ahí vengo yo, ese es Ruber Osoria.
¿Cuándo la fotografía se convirtió en una pasión para ti?
Mi primer choque con el arte ocurrió en octavo grado y se lo debo a Rolando el sordo. Un día fue a la escuela a dar talleres de hip hop. Todo el mundo se reía porque andaba con drelos y ropa muy ancha. Como alumno de Rolando tuve que escribir varias canciones. La primera que llevé al taller, era una crítica a la merienda escolar. Luego de escucharla, Rolando me dijo:
—Uno debe expresarse. Escribir. No importan los errores ortográficos. Uno debe expresarse desde el corazón, desde el sentimiento.
Después suspendieron los talleres porque decían que era una música contracultural, imperialista, subversiva…
Al terminar la secundaria quise estudiar teatro, pero en ese año llegó una oferta nada más.
En el bachillerato fui vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media(FEEM) en Contramaestre. Fue un momento de mucho estudio y aprendizaje. Ser dirigente de la FEEM me exigió aprender mucho, ir siempre un paso por delante de mis compañeros.
Por mis resultados, mi superación cultural, un día me llaman a la dirección y me proponen ser militante de la Unión de Jóvenes Comunistas y acepté. Me dieron la militancia sin yo haberla pedido nunca.
Después de aquellos talleres con Rolando, fundamos un grupo de teatro con mi amigo Nao. El teatro me salvó, pues yo venía de un barrio marginal donde había delincuentes, presos, de todo. En ese mundo, conocí la banda de rock Metástasis, me gustó mucho andar con ellos, ser como ellos; con ellos me convertí en el primer emo de Contramaestre.
Un día Robin, el vocalista de Metástasis, me prestó una cámara que tenía Gonzalo. Luego vio las fotos que empecé a tomar y me dijo:
—¡Están buenísimas!
A propósito de eso, Javier Miclín fue puntual cuando me dijo:
—Tú eres fotógrafo: ¿Quién es fulano? ¿Quién es mengano?
Como no pude responderle, fue muy enfático al criticarme:
—Lo primero que tienes que hacer es estudiar. Un fotógrafo se compone de la cultura que tenga. Estudia. Investiga. Analiza referentes. Eso te va a dar un lenguaje, un concepto; cuando tengas la cámara vas a saber qué hacer, qué decir.
Miclín me dio esa lección. Estudié muchísimo.
Lo que yo buscaba no era el teatro, no era ser emo, no era el Rock; era la fotografía, ¡hermano! ¿La fotografía?, ¡la fotografía me dio cojones! La fotografía me dio una voz, me dio independencia espiritual.
Internet me abrió otro mundo. Me pasaba horas viendo fotos, concursos de fotografías. Yo decía:
— ¡Un día me voy a ganar uno de esos premios!
De ahí empecé a trabajar una serie que surgió espontánea, fue la que expuse en el Café Cantante. A propósito de la misma, le dije a Nao:
—No puedo irme del país, sin dedicarle a Contramaestre una exposición de fotografía.
Ahorré dinero, imprimí las fotos, monté la exposición para la Jornada Literaria Orígenes en mayo de 2018.
Un día le comenté a Nao:
—Me voy, porque aquí nunca me voy a comprar una cámara. Aquí me voy a frustrar pa’ la p’ . Me voy a ahorcar, o no sé qué va a pasar conmigo. Nao, ¡me voy pa’ hacerme fotógrafo!
Sí yo estuviera en Cuba, nunca me hubiera podido comprar, con mi salario de profesor, una cámara. ¡Eso es triste compay! ¡Triste!
Ahora en Cuba estaría: ¡frustradísimo!, ¡frustradísimo! Después me fui, pero le debía eso a mi pueblo. ¡Me ha dado mucho sentimiento, recordarlo, compay!
La condición de emigrante, ¿qué le ha aportado a tu fotografía?
Martí decía que América es una sola. Yo nunca me he sentido emigrante. No me puedo sentirme migrante en mi propio continente, en mi propio territorio; yo soy de acá, soy latinoamericano; puede que en Europa me sienta emigrante. El Estado me considera emigrante y eso es otra cosa, pero yo en mi ser por dentro no me considero emigrante.
La condición de extranjero me ha dado la ventaja de ver un Chile distinto. Chile me ha permitido replantearme la fotografía, asumirla desde el compromiso social, fotografiar el padecimiento de los oprimidos, una conciencia de clase. Veo invasivo que venga un fotógrafo de otro lugar, como ahora está pasando en Cuba con fotógrafos españoles, haciendo safari con sus problemas. Chile me ha permitido comprender que la fotografía es una militancia, si se puede ganar dinero, bien. La fotografía es mi poesía, mi lenguaje, es el rap que me enseñó Rolando.
He vivido momentos en la historia de Chile muy interesantes, el estallido social, ahí fue donde me gradué como fotógrafo, tuve mi primer compromiso con la fotografía, ahí salí a la calle a ponerme al lado del pueblo, siempre al lado del pueblo, de la clase oprimida que es de ahí de donde vengo yo. Aprendí que la fotografía es una militancia, y donde quiera que uno esté, hay que ponerla al servicio de la justicia, de la verdad, pues el fotoperiodismo no es un oficio, es una forma de vida que se basa fundamentalmente en empatizar con los demás y trasmitir las historias que ellos no pueden contar. Yo creo que los fotógrafos documentales no deben fotografiar por fotografiar, deben fotografiar para una causa social; si bien no es necesario que todos lo hagan, pero sí es deseable que todos sepan y sientan la causa de la libertad como una causa primera que permite realizar una fotografía libre. No hay una fotografía libre, sin una tierra libre. Mis últimos cinco años aquí me han hecho pensar de esa forma.
La fotografía chilena me ha enseñado una conciencia social. Por ejemplo, un caso que me inspira mucho es el de Rodrigo Rojas, un fotógrafo de 23 años que fue quemado por la dictadura; estudiar ese referente como joven latinoamericano, asumir su ejemplo de ética y compromiso es esencial en mi quehacer. Tengo muy claro que por encima de todo está la memoria de los pueblos. Los fotógrafos somos los encargados de mantener viva la Historia para las futuras generaciones.
Cuba es tu país de cuna, allí está tu familia, tus recuerdos, el pueblo donde naciste: ¿Cómo ves a Cuba desde la distancia?
Cuba en la distancia es como esa trigueña que te enamoró, te fuiste y la dejaste con catarro y ahora está con metástasis. Es ese amor, que uno se pregunta:
— ¿Coño, si hubiéramos estado juntos, hubiera sido algo rico?
Cuba se extraña, se ama, se recuerda cada día, cada día está en mi mente, no sale, no sale. Extraño tanto nadar; yo nadaba todos los días en el río Contramaestre.
Cuba está en un momento en que la sociedad está quebrada; necesita un salvavida. El sentido de Patria se ha perdido. Hay un individualismo feroz. Nos han aniquilado el espíritu. Hay un negacionismo tremendo. El campesino lo menos que quiere es ser de oriente. Lo único que quiere la gente es emigrar. Ni el beisbol nos une. No hay un sentido común de nuestra Cuba de oriente a occidente. Si no somos capaces, como sociedad, de encontrar un motivo que nos una, estará perdido el país, la nación, que es de todos.
Se ve triste, muy triste, hermano; pero con esperanza, con esperanza es posible que nuevas generaciones despierten, hay muchos que ya están despertando, y van, vamos, a hacer del espacio virtual la tribuna que nunca tuvimos.
Acabas de recibir un premio importante que avala lo que has hecho como artista del lente: ¿Qué valor le das a ese reconocimiento?
Es el reconocimiento a la perseverancia. Dice Silvio Rodríguez: «La mente humana está hecha de imaginación».
Yo siempre fui muy imaginativo, muy soñador; esto es la recompensa a seguir un sueño y no desviarme, no desviarme nunca, no perder el foco. Yo nunca perdí el foco. Yo dije:
Voy a hacerme fotógrafo. Voy a comprarme una cámara. Voy a aprender. Voy a ser fotógrafo. Voy a ser fotógrafo; siempre me lo creí; creí en mí. Mi mamá me enseñó a creer en mí.
Es la recompensa que no sana el dolor de haber dejado a los seres queridos por ir tras un sueño.
Poner en alto el arte hecho por un campesino del oriente de Cuba. Ser uno de los pocos orientales, porque la mayoría de los premiados son occidentales. Sabemos que en Cuba todo está muy centralizado y el oriente no existe.
El premio mayor, visibilizar la fotografía hecha por un campesino. Yo digo:
—Soy un fotógrafo que hago fotografía campesina, rural. Yo vengo de ahí. Yo soy de Contramaestre compay, como dice Eduardo Sosa.
Finalmente, un mensaje para los que siguen tu obra en el mundo.
Utilicen las redes sociales como vitrina para visibilizar el trabajo y que las personas cuando lleguen a su perfil encuentren un mensaje, un contenido.
Constancia, credibilidad y respeto. Si no son serios y creíbles, nadie va a querer que le hagan una foto, porque: ¿qué pueden hacer con esa foto?
Ser fotógrafo no es solo apretar el obturador, va más allá de tener una cámara en el cuello, es responsabilidad, valores, profesionalidad.
Luchen por los sueños. Siempre por el buen camino. No a las drogas. No a la violencia.
La fotografía cubana debe fotografiar desde la verdad y tener conciencia de lo que está pasando la clase obrera, el pueblo; por ejemplo: ¿cuántas veces buscamos en Internet, fotos sobre la situación de los trabajadores? Todo lo que encontramos, fotografiado desde Cuba, está en función de enaltecer la figura del héroe revolucionario. Cuba necesita hoy una fotografía que de voz a los que no la tienen, porque la fotografía es eso, voz.
Caracol de agua es un espacio que ha perdurado en el tiempo. Es un archivo, un conjunto de historias; ha sido un refugio para mí que estoy lejos hace unos cuantos años. Gracias a Caracol de agua, puedo viajar al pasado, al presente, incluso tomarme un trago de ron leyendo sus historias. Caracol de agua es parte importante del patrimonio inmaterial de Contramaestre, que en el futuro será de mucha utilidad para los pinos nuevos. Quiero reconocer esto en la entrevista, no es la primera que me haces, y agradecerte además, por esa entrega de amor, desinteresada, que haces por la historia y por nuestro territorio. Caracol de agua puso a Contramaestre en el mundo, lo hizo más universal, porque tiene alcance internacional… Caracol de agua hace referencia a ese dicho martiano que dice: mientras más cubanos seamos, más internacionales seremos, yo diría, mientras más contramaestrenses seamos, más internacionales seremos.
Haber conversado con Ruber es un regalo a Contramaestre, a Cuba, a la fotografía latinoamericana. Ruber es una persona muy sensible. Escucharlo, mientras transcribía estas respuestas, me conmovió profundamente, muchos silencios, lágrimas, expresiones, sobre todo cuando habla de su madre, de las cosas que dejó atrás, del fotógrafo en el Chile profundo. Todos sus logros no lo han envanecido, por eso prefiere ser reconocido como un artista que hace fotografía rural, como un padre amoroso que enseña a su hija los Versos sencillos de José Martí, como un latinoamericano convencido.