CUBA, LA PRENSA Y LA DICTADURA

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFECUBA, LA PRENSA Y LA DICTADURA

Por Joel Fonte

La Habana.- La prensa ha sido el pilar esencial para que el castrismo -ya colapsado como sistema y sostenido débilmente por la fractura social, la fuerza y la represión- no haya caído aún.

El recién concluido congreso de la nombrada Unión de periodistas de Cuba, -UPEC- que no es sino una de las tantas estructuras creadas por el régimen castrista para dividir y controlar a distintos grupos sociales que integran la nación cubana, específicamente está dentro de los círculos intelectuales vinculados a los medios de comunicación masiva del régimen, pasará a la historia que se escriba en la República que refundaremos como un agonizante ejemplo de la pérdida de credibilidad y decadencia moral de sus partícipes y promotores; los mismos rasgos de la también moribunda dictadura.

Y es que, luego de aquellos primeros años de los ’60, cuando la intelectualidad latinoamericana se agitó y solidarizó, mayoritaria e ingenuamente, con el mito manipulador y románticamente elaborado de la «revolución de Fidel Castro, que desde una pequeña isla del Caribe se enfrentaba a los americanos», -y fueron muchos esos intelectuales, como los luego Premios Nobel Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez- la realidad mostró de modo cada vez más avasallante, desnudo, el papel de la manipulación de la información, de la verdad, y el consiguiente servicio que requería de esa intelectualidad en el sostén de la dictadura que surgía.

Con la excepción de unos pocos lúcidos, cuya genialidad, capacidad crítica y valor personal los mantuvo al margen -y que por eso fueron marginados, crucificados- el gran rebaño fue disciplinadamente uniformado en otras también infames estructuras de carácter intelectual y artístico -la UNEAC, el ICAIC…- lugares donde desde entonces se corean los cánticos «revolucionarios» y los panfletos dogmáticos elaborados por el «poder revolucionario» -todo es siempre simbólicamente adjetivizado así, de «revolucionario»-.

La furia de control y totalitarismo de Fidel Castro terminó legitimando todo ese Poder con la creación del único y lícito Partido existente aún en Cuba, y la consecuente prohibición de cualquier forma de oposición política.

¿Entonces, es lícito, justo, hablar de «prensa» en Cuba?

Por supuesto que no.

La prensa es consustancial a la libertad, y esta, a su vez, es pensable solo en democracia, en un espacio donde los individuos adquieren la condición de ciudadanos porque adquieren derechos, porque construyen juntos el civismo del conglomerado humano que integran.

Por el contrario, en el diseño teórico del sistema comunista, de la dictadura que impone al eliminar el disenso político e imponer un solo partido, el dogma de un pensamiento único, la prensa pasa a ser un medio de propaganda, de manipulación de ese grupo en el Poder. Se convierte la información en una herramienta excepcional para lograr el control social, y envilecer a la masa, hasta apagar su rebeldía.

Esa manipulación muestra al déspota, al caudillo de una dictadura militar asesina y excluyente como héroe y benefactor; a la ingobernabilidad -dada por la corrupción desenfrenada y la incapacidad para articular políticas correctas en lo económico y social sobre todo- de un país sumido en el hambre y la desesperanza, de donde emigran masivamente y en huida pánica sus mejores hijos, como resultado de factores externos; al clima de represión policial, política y estructural, donde subyace la violencia, como una sociedad donde se vive en paz; a la marginación de ese segmento enorme de la sociedad, que abarca a millones de cubanos, que nos oponemos a la dictadura, como inexistentes, mientras se pregona la «unidad del país», porque esa misma manipulación convirtió los términos país, nación, patria y revolución, en sinónimos, retorciendo de modo infame la verdad.

A los operadores de esos medios de propaganda y manipulación no se les debe llamar entonces intelectuales, ni periodistas, porque ello supone deslegitimar tales conceptos honorables; ellos son solo papagallos, gramófonos, delincuentes y mercenarios de la mentira, pagados con salarios de miseria y con pequeñas migajas adicionales que les arrojan desde el Poder, porque al traidor lo utilizan, pero lo desprecian al fin.

Y así, en los momentos de transformación política, cuando los cimientos del Poder se quiebran y comienza a ser visible la caída, esos artífices de la mentira hacen lo que a lo largo de la historia de todos los regímenes: abandonan el barco que se hunde.

Por eso, regresando a la idea inicial, esos últimos estertores de desvergüenza, de pseudo intelectuales que insisten en apoyar y defender el crimen, son tan condenables, y quedarán solo como execrables recuerdos.

Basta de tolerar injusticias. No más temor. No más dictadura en Cuba.

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