¡LAS INOLVIDABLES 10 DE LA NOCHE!

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Por Esteban Fernandez Roig ()
Miami.- No era una orden, ni una advertencia, era simplemente un dulce recordatorio. No hacerles caso no tendría mayores consecuencias.
Era una época en que respetar y obedecer a los padres no se obtenía gracias a los gritos, los golpes, las malas palabras ni la agresión física o verbal.
A las seis de la tarde, por lo menos dos veces a la semana, me iba para el parque. Me despedían con un abrazo y un beso, y escuché unas 100 veces: “Te queremos aquí a las 10 de la noche”.
Yo me sonreía y decía: “Está bien, no se preocupen”. En la actualidad todos y cada uno de los muchachos dirían: “¡Ya esa cantaleta la he escuchado 20 veces!” y después llegan a la hora que les da la gana. A veces es a las 10 de la noche que se alistan y preparan para irse para la calle.
Una sola vez me atreví a decir: “Papi, yo creo que me debes regalar un reloj”. Se sonrió y me dijo: “Chico, simplemente mira para el reloj de la iglesia, que para eso precisamente lo han puesto a la vista de todos”.
Y ya desde las nueve yo comenzaba a mirar al reloj (verlo en la foto) y antes de las 10 ya yo estaba en mi hogar. Sólo una vez llegué 15 minutos tarde por haber acompañado a mi amigo Milton corriendo detrás de la última guagua que se iba para el Central Amistad.
Sé que ustedes no me lo creerán, pero han pasado más de 60 años de eso, he vivido alejado de mis padres, nunca nadie me ha obligado a estar de regreso a ningún lugar a esa hora, sin embargo, donde quiera que he estado comienzo a mirar mi reloj a las nueve y media de la noche.
Muchísimas veces he estado en fiestas, reuniones familiares, en el mejor de los “party” y siempre he comenzado a impacientarme cuando se acerca esa hora.
¿Era yo solo? No, si hubiera sido yo solo esto fuera un alarde de mi parte dándomelas de “niño bueno y obediente”. Éramos todos.
Los muchachos no le temíamos a los padres, los RESPETÁBAMOS. No recibíamos cintazos ni chancletazos, solo le huíamos a tres palabras: “¡Me has decepcionado!”
Bueno mis amigos, me despido, ahora los dejo, paro de escribir, me voy, ya pasan de la nueve de la noche, y mis padres me esperan en la casita de Pinillos 463 en Güines.

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