LA IMAGEN DE LA ANCIANA LLORANDO ANTE EL CAJERO

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Ulises Rodríguez Febles ()

La Habana.- Creo que la imagen aportada por un amigo hace algún tiempo, de la anciana llorando frente al cajero, es la tragedia de una nación y la acabo de ver; ancianos que aunque uno no los vea llorar, lo hacen por dentro, se estremecen por dentro, se preguntan por dentro y por fuera, por las carencias de habitar una cotidianidad que se les ha vuelto intensamente hostil, en la edad del supuesto descanso.

También lloran por dentro o por fuera, por la impotencia, por lo que les está resultando el final de sus días, un caos al que no quieren llegar, ni los jóvenes de hoy que escapan a alguna parte o lo ansían, antes de que les llegue la hora de ser un anciano más, con su jabita y sus conversaciones en las colas, en las esquinas. El instante a dónde tampoco quieren llegar los adultos que forman parte de la nación no privilegiada.

Ancianos que trabajaron durante años, que entregaron sus energías, esfuerzo, inteligencia en diferentes oficios y profesiones; los maestros que nos enseñaron, los médicos que nos hicieron nacer o salvaron en complicadas operaciones, los que levantaron edificios, hicieron el azúcar o incluso defendieron lo que hoy, a sus ojos, no se parece a lo que soñaron.

Muchos de esos ancianos aún están trabajando sin poder, caminando a tientas para llegar a sus centros de trabajo, con dolores en el cuerpo, con múltiples dolencias, en las que la mayoría de las veces les falta algún medicamento y los alimentos vitales; ancianos sobreviviendo, con una jaba en la mano, que indudablemente no pueden llenar, de la misma manera que una inmensa mayoría de la población cubana tampoco lo puede hacer; mientras se le atrasan los pagos o se les complica cobrar las minucias impuestas, en los pocos cajeros macabros que existen o a los que se les acaba el salario, en una inflación desencadenada e imparable, a la que no se le ve una estrategia eficaz para detenerla, para hacer digna la existencia, mientras las palabras suplantan las acciones.

Ancianos en las colas, detenidos ante los cajeros vacíos o rotos, a veces de madrugadas, o comprando algo, mientras cuentan el dinero para precios excedidos y sus manos temblorosas, en todos los lugares de la nación cubana.

Ancianos, sin poder muchas veces, acceder a las cosas más elementales de la subsistencia, el pan, el arroz, los frijoles (si aparecen), las viandas o la leches.

Los que no ven y sienten estas escenas o no viven en este país, o le son ajenas, porque no caminan con la gente o son tan insensibles, que debían revisar sus valores humanos, su moral y ética.

Esa imagen aportada por un colega, de la anciana ante un cajero, la mayoría de las veces en reparación, sin dinero o con la única opción de solo extraer 2000 cup, conmueve porque la veo constantemente, la vemos la mayoría, cada día; ancianos y algunos no tan viejos, desesperanzados, o con una frase en la boca, que conmueve aún más: «Yo descansaré el día que me muera.»

«O es mejor, morirse de una vez» (Real)

Mientras se habla de reordenamiento, bancarización, temas que los economistas de diferentes tendencias, han analizado desde las más diversas perspectivas, esos ancianos, y los que van a serlo un día, sienten como los asfixia la economía cotidiana, los sumerge no ya en la pobreza, sino en la miseria, sin un camino posible hacia la esperanza, un camino hacia las interrogantes de una vida al vacío, en el que los responsables deben oír, ver y padecer la realidad de los ancianos cansados ante el cajero o ante los precios.

» Lengua sin mano – dice un texto del Mío Cid – no es de fiar», válido para los que tienen lengua, pero no manos, ni pies, ni cerebro, y mucho menos, una serie de valores propios de lo mejor de la especie humana.

Esa anciana que llora ante un cajero, hoy vi una, dos, puede ser la madre de muchos, la tía de otros, la abuela de varios de los nacidos en este país de cajeros inexistentes, rotos, vacíos… que no se prepararon, antes de repartir tantas tarjetas, como si no alguien no pensara, o no le importara la realidad del prójimo.

Una anciana que se levantó antes que el sol, y que quizás, como muchos regresó a casa, sin dinero, para volver otro día; mientras algunos obvian lo que sucede o vuelven la vista, y su lengua sigue hablando, sin conmover.

Una anciana… que es el país.