Por Arturo Mesa ()
Atlanta.- La garantía de proveer alimentos y un nivel básico de vida es la esencia de cualquier sistema político. La preocupación de un pueblo es, por ende, hacer lo imposible por llevar al poder a una entidad garante de esos beneficios.
El estado que nos representa asegura que está en crisis, que no tiene recursos y por tanto no puede cumplir con sus obligaciones de compras de alimentos. Sin embargo, nuestra economía es cerrada, gobernada desde una oficina por lo que si el estado no provee quedamos totalmente desprotegidos al ser ellos quienes diseñaron el sistema en el que yo no puedo importar. ¿En dónde queda el compromiso del sistema descrito como superior si la más elemental de las obligaciones queda trunca? ¿Qué pasaría si yo, como ciudadano, alego, de la misma forma, que tampoco tengo recursos y no puedo pagar el gas, o la tarifa eléctrica? Lo más probable es que vaya preso porque mi obligación es pagar ¿Cómo se garantiza la obligación del estado?
El término socialismo en nuestra sociedad está hoy secuestrado por el grupo en el poder. ¿Cómo puedes hablar de un sistema justo si no logras ofertar ni siquiera productos de primera necesidad y tampoco dejas que nadie los oferte? ¿Cómo vas a decir que el sistema que defiendes es superior si apenas se pueden bien-alimentar unos pocos? Quiero ponerles ahora un ejemplo de cuán inconsecuente nuestros dirigentes pueden ser.
Seis meses después de mi arribo a este país, la jefa de núcleo de mi casa es citada por la Oficoda y la libreta es retenida. Tal retención implicó días sin poder siquiera comprar el pan y luego un día sin poder trabajar por la cola en el lugar. Motivo de la citación: Darle de baja a una persona que por todas las leyes de la sociedad socialista tiene derecho a entrar, virar, salir, trabajar, viajar y hacer lo que entienda en un plazo de dos años. Parece que no en mi caso.
Yo entiendo que hay una crisis, pero para promover una idea de verdadera justicia esa acción de tachar a una persona en pleno disfrute de sus derechos debería ser con consentimiento. Yo daría mi consentimiento con gusto, pero sucede que esa sociedad de toda la justicia posible es incapaz de proveer hoy para mi familia “El Estado no les dará lo necesario” y y tres o cuatro libras de arroz significan mucho para una maestra de primaria. Ahora, ¿qué significa eso para un Estado que compra para 11.1 millones más los turistas que llegan? ¿Qué significa para un estado que cuenta con todas las tierras posibles, los aires y los mares? Nada.
No es la molestia lo que me lleva a reflexionar al respecto, es la inconsistencia con los principios de una sociedad justa. Si no soy capaz de ofertar, debería respetarse al menos lo que promulgo en teoría, porque muchos desfavorecidos se verán beneficiados en algo con ese pequeño aporte, sin mencionar los miles que hay por ahí en funciones diplomáticas, oficiales, de espionaje y más, que no están consumiendo esos productos y que de seguro no les quitaron las libretas.
La crisis que vivimos no es solo económica es de valores, de estrategia y hasta del mismo entendimiento de lo que “socialismo” significa. No se puede esperar que los emigrados que sufrimos estas decisiones se conviertan en promotores de buenas relaciones mañana, ni que pongamos nuestros sueños de negocios o inversiones allí. ¿Cuánto puede ser el costo de los 19 productos descritos por el presidente comparado con lo que pueda significar cualquiera de nosotros en materia de relaciones? Una oficina comercial, un inversionista, una tienda de venta mayorista en cualquier lugar, una voz en algún Consejo sobre la necesidad de poner fin al bloqueo; cualquier cosa. Pero parece que para la inteligencia estatal diecinueve productos subsidiados es más importante que el compromiso de la diáspora con el país.
Es triste ver la crisis de valores desde la misma oficialidad, los mismos que llevan los hilos de la nación. Ellos parecen decididos a erradicar de nuestro vocabulario el término justicia y de nuestras mentes la idea de que una alternativa es posible.