Por Gretell Lobelle ()
Mantilla.- Las madres traemos hijos al mundo, unas por decisión, otras por accidentes no planificados y otras porque gestar y parir no resultan ni tan siquiera un acto consciente. He visto muchas personas juzgando el hecho de exponer a menores a una salida ilegal del país por vías peligrosas.Yo no lo haría, como tampoco juzgaría a nadie.
He estado fuera de Cuba en más de una ocasión, incluído Estados Unidos en el año 2009 y 2016, podía haberme quedado, emigrar dejando a mi hija con 16 años al cuidado de su padre o abuela, pero decidí no hacerlo a pesar que concientemente esta isla en su poder no es de mi gusto particular, sus gentes y sus destinos sí.
Cuando decidí ser madre entendí que el camino llevaba implícito la responsabilidad con el ser que me eligió y aún con 16 años mi hija era dependiente de su madre. Soltar me ha costado, pero el viaje en educación ha llevado alimentar su cuerpo y sus espíritu, forjar su independencia, y aceptar su singularidad. Desprenderme de esa responsabilidad y transformarla en acompañamiento ha sido uno de los actos más difíciles en tanto los hijos no son nuestra propiedad.
Yo me quedé en Cuba y crié a Gabriela, pero nunca juzgaría a quién se va y se lleve a sus hijos en cualquier circunstancia. Cada mujer cubana que gesta y pare en esta tierra asume traer una vida a una isla, un sitio donde carecerá de mucho, tanto en lo físico como en lo espiritual. Si de derechos habláramos nadie tendría derecho de alumbrar en Cuba.
Somos clasistas, leguleyos, jueces y con una marcada tendencia a la omnipotencia, sin embargo humildes y empáticos resulta más de boca para fuera que del propio corazón.
Una sociedad que se ha pasado la vida cacareando logros y justificando sus faltas en el nombre de un enemigo, está profundamente marcada por la tendencia de sus hijos a quererse parecer a quien tanto critican, sea por cercanía, por identidad heredada de la época republicana con esa península, por ideal en prosperidad asentado en el imaginario de este pueblo. Nadie quiere en Cuba parecerse o aceptar a nuestros iguales como pueblo, al Caribe.
Siempre digo que juzgar es el acto más egoísta, deshumanizante que pueda existir. Trato cada día de no verme en el papel de juez, posición que te aleja del ministerio de la vida. Aquí abundan los socialistas y solidarios, pero muy pocos tocan o asisten a una persona que vive en la calle, apartan su vista y le pasan por el lado como si no existieran. Pocos reconocen el privilegio de dos comidas en su mesa, o unos zapatos para varias ocasiones, sin remendón, o agua corriente en sus casas, o un colchón sin huecos carente de guata, o juguetes para sus hijos, o leche en sus desayunos.
Las madres todas deberíamos proteger a nuestros hijos, pero de todo, del peligro de la aventura de emigrar ilegal pero también del peligro de vivir sin la dignidad que nuestros hijos merecen.
Cuando usted vaya a juzgar, tómese un tiempo y camine la Cuba profunda, esa que pocos caminan, esas que los académicos y hacedores de presupuestos sociológicos no caminan, camínela, tóquela con sus manos como ejercicio humano, empático, de humildad y sobre todo cívico.