Por Oscar Durán
Moa, Holguín.- El periódico Sierra Maestra, de Santiago de Cuba, ha sido contundente: Palma Soriano, el segundo municipio más importante de la provincia se erige como una de las joyas en la agricultura del territorio. Y como a mí, ahora mismo, lo que me hace falta es estar bien alimentado, voy a permutar para Palma.
No entiendo por qué ayer no se le dio una felicitación a ese municipio en el Consejo de Ministros. Uno de sus polos productivos tiene 30 hectáreas sembradas de yuca, boniato, plátano, maíz y vaquerías que aportan leche fresca.
Aquí en Moa, no hay nada. Los habitantes estamos a punto de comer tierra colorada hervida. Hay un escasez como nunca se había visto y nos encontramos al límite. «Así está toda Cuba, menos Palma Soriano y Marianao».
La nota del Sierra Maestra es una total mentira. De hecho, Santiago de Cuba nunca ha sido una provincia agrícola. A lo largo de la historia siempre se han abastecido de otros territorios como Ciego de Ávila.
No sé cómo esta gente tienen los santos timbales de publicar esas cosas tan sensibles para el pueblo. Con la comida no se puede jugar y muchos menos decir, abiertamente, que Palma Soriano va camino a consolidar su producción agropecuaria por la soberanía alimentaria y por el pueblo.
Si la libra de frijoles negros está a 500 pesos, una latica de ají cachucha cuesta 250 y un cartón de huevo anda por tres mil, ¿de qué manera podemos alcanzar la soberanía alimentaria? Lo único que hemos alcanzado en todo este tiempo es inflación, miseria, desgracia, delincuencia, hambre, niveles altos de pobreza, insalubridad, desabastecimientos y, sobre todas las cosas, dirigentes incapaces.
“Aquí en Palma se cosecha la mejor yuca de Santiago”, dijo con toda seguridad el Jefe de una de las entidades agropecuarias. Si Machado Ventura se entera de eso, coge un helicóptero y aterriza en menos de dos horas en el lugar.
Yo quisiera estar ahí en ese momento y, con las ganas que le tengo a Machado, le hiciera una adivinanza.
“Machado, ¿qué cosa es blanca por dentro, carmelita por fuera y suelta sangre?” Obviamente, el hombre no va a saber, pero seré generoso y le diré la respuesta.
“La yuca, vicepresidente, la yuca que usted ha venido a ver.
“¿Y de cuándo acá la yuca suelta sangre, chico?”, seguro dirá.
Entonces, yo, mirándolo a los ojos, con aire de victoria y de venganza, gritaré a los cuatro vientos: “métetela en el culo para que veas”.