Irán Capote ()
Pinar del Río.-Por ser cubanos, alguna vez (o muchas veces) nos ha tocado estar en el zapato del otro. Porque el tema calzado ha sido paradójicamente el talón de Aquiles de todos, o casi todos. Y yo, que nací en pleno 1990, no me quedo fuera de esa talla. Y no solo he estado metido en los zapatos del otro. También me ha tocado meterme en la ropa de otro. He dado pasarela a camisas de once varas y pantalones que solo se abrochan cuando te acuestas, aprietas la barriga y rezas diez padrenuestros para que abroche. En fin, la cosa esta de resistir.
Pero nunca he estado metido en aprieto más grande que cuando, calzando el cuarenta y dos, logré meterme en un cuarenta. Siempre “tuve el sueño de unos Converse blancos” y no podía permitírmelos, claro está porque: guajiro, artista, inquilino y pobretón, son la misma cosa. Además, ¿quién ha visto carboneros con zapatos?
Resulta que, había una fiesta popular, uno de aquellos carnavales que al parecer ya pasaron a la historia y venían los Van Van. Yo tengo oído cuadrado y soy un patón de los peores. A menos que esté muy borracho, nunca me verán bailando en público. Jamás de los “jamases”.
Bien. Me voy a la casa de una amiga porque allí era el punto de salida para el concierto. Nos bañamos, nos vestimos. “Y alcé los ojos y vi” en la cima de su zapatera, un par de Converse Blancos como siempre había soñado. Juro que hubo lucecitas y retintín en mis ojos. Y sin pesarlo, le dije: ¡Préstamelos! A simple vista se veía que aquello era Misión Imposible. Me dijo: “No puedes meter La Habana en Guanabacoa”. Y lloré, imploré, me tiré de rodillas. Hasta que lo conseguí con su ayuda. Con medias puestas no había manera. Aquello era meter la pata pelá. Y puja y puja. Y mete y mueve la patica. Y afloja cordones. Hasta que pude…. ¿No puedo yo?… ¡Qué lindo estaba el domingo el guajiro con sus zapatos!.
Y pa´ Van Van me fui. Como no teníamos dinero, nos fuimos en la guagua de San Fernando. Tres cuadras avanzadas y aquello empezó a molestar. Yo miraba a mi amiga y no podía decir ni pío. Ya estaba sobre el mulo y había que darle palos.
Si duro era caminar, más duro era permanecer quieto, porque el pie en reposo y pidiendo salir de aquel aprieto, era todavía más molesto. Ahí me quedó claro que solo había una escapatoria: Emborracharme y bailar.
Ha sido la noche en que más he movido el cuerpo en mi vida. Y también en la que más he gritado. Aprovechaba los gritos y la algarabía del público para disimular mi dolor. Por eso, era mi voz la más alta cuando pedían aquel coro de : “Sandungueraaaaaaaa, que tú te vas por encima del niveeeeel.”