Por Jorge Fernández Era ()
La Habana.- —¿Viste la Mesa Redonda?
—Eso creí yo. Luego llega el noticiero y el periodista habla de que en la conversación con Arleen Rodríguez Derivet fue objeto de análisis «la baja productividad agropecuaria». Al otro día copio la versión taquigráfica de la Presidencia de la República y compruebo que tengo la razón: los prefijos «agro» o «agri» solo se mencionan cuando Canel aborda la existencia de un sector no estatal en la economía cubana y habla de las cooperativas. La palabra «productividad» la usa en única ocasión para decir que hay reservas de esta.
—¿Encontraron un pozo?
—Hace sesenta años se excava, pero nada.
—Debe ser entonces que hasta los taquígrafos han emigrado, están cortos de personal.
—Evidente que televisaron dos versiones distintas de la entrevista, no se entiende esa insistencia del noticiero en machacar con lo de la productividad agropecuaria.
—Peor es pretender brindar una imagen desprejuiciada del presidente. Será muy bueno, como dice Canel, su equipo de prensa, pero no ponen una. Si vas a cometer la inconcebible chealdad de hacernos creer que el tipo entra en el momento inicial por la puerta del fondo, lo menos que puedes poner en su boca para hacerlo creíble es la frase: «Coño, Arleen, ni mear puede uno».
—¿Credibilidad dices? ¿Alguien puede tragarse que fue la periodista la que solicitó la interviú? ¿Desde cuándo a nuestros corresponsales les está permitida tamaña osadía?
—Uno pudiera señalarle a Arleen que no había que abundar durante casi diez minutos en la apretada agenda del primer secretario, «diseñada por él mismo», imagino que después del despacho con Raúl; en que hay días más largos y días más cortos; en lo tarde que lo ha cogido sin regresar a casa para compartir con la esposa, los hijos, los nietos y la abuela; en las ojeras del pobrecito; en su mala suerte (cuando la mala suerte es la nuestra)… Era un buen momento para que el tipo se durmiera, encontrara su sueño, se cumpliera el de nosotros y nos ahorráramos la hora y media.
—Ah, porque tú crees que eso no estaba ya en el guion, que no era la vicedirectora de Cubadebate la que tenía que haberles dicho cuando le orientaron esa sarta de lugares comunes: «Si quieren, lo dejamos para otro día».
—Hubiera preferido (Arleen es mujer y como la tuya o la mía debe tener ojo clínico para esas cosas) que ella le señalara que se le fue la mano con el polvo facial, que ella podía prestarle un tono más oscuro que compró en la ONU que lograra embarajar esos cachetes superinflación que resuma en los primeros planos.
—La otra versión del encuentro en Palacio, la que no se puso, debe estar interesantísima si de veras exploraron ambos, entrevistadora y entrevistado, «los temas más acuciantes de la realidad económica y social del país».
—Por supuesto. Con la capacidad que tiene nuestro mandatario para poner los puntos sobre las íes…
—Y luego no hacer la pronunciación correcta. Me dije: tú verás que habla de las tiendas en Moneda Libremente Convertible, del daño que hacen a la credibilidad de la justicia social que pregonamos, de la cantidad de gente que ha sido sancionada o procesada judicialmente por el aumento desmedido de los precios en esa moneda y por el incumplimiento de la promesa de satisfacer la oferta de cuarenta y siete productos en moneda nacional que ni siquiera hicieron su estreno.
—Yo pensé que iba a tirarse con la guagua andando…
—¿Qué guagua?
—…e iba a poner en tela de juicio el monopolio de GAESA y de ciertas cúpulas sobre la economía cubana, y la «incontraloriedad» de sus archivos contables. Que explicaría el porqué de la inversión en hoteles y esa gastadera de cemento mientras…
—Mejor volvamos a la puesta televisiva: me dio pena ver allá atrás cómo Céspedes y Martí se miraban, no sé si para sugerir sobre lo bajito la pregunta más inteligente que podría haber hecho la periodista: «Presidente: ¿puede explicarme con qué le combinan esos mocasines rojos?».
—No la hizo porque sabía cuál iba a ser la respuesta: «Con las orejas, Arleen, con las orejas».