Por Ian Capote ()
Pinar del Río.- La puerta de mi apartamento abierta. Zuleidy asomada por la reja. Vengo de la cocina, la veo parada allí, dándose toquecitos con la uña de acrílico en el pellizco plástico que le sostiene un moñito.
Zuleidy: Papito, yo te quiero mucho, pero tengo que partirte como a un lápiz. No estás contribuyendo al ahorro, Nene. Ese bombillo lo tienes encendido. Y son las diez de la mañana… No es que es que yo sea una metida, pero me están preparando pa integrar la Patrulla Click.
Yo: ¡Ay, Zuleidy, no me jodas, vieja! Anoche, cuando más embullado estaba haciendo mi comida, tiraron el apagón de cuatro horas. A las 11 me venció el sueño y me acosté sin comer. ¡Qué iba a recordar que ese bombillo estaba encendido!
Zuleidy: Nananina, nene. Firmame esta amonestación, mira. En el curso de preparación lo dijeron bien clarito: «Un bombillo encendido innecesariamente es una brecha para el enemigo»…
Yo: ¿Quién es el enemigo, Zuleydi?
Zuleidy: Tú sabes…
Yo: ¿El Norte?
Zuleidy: Revuelto y brutal, sí… No me enredes. Firma aquí.
Yo: Tengo que tener una luz encendida pa mis muertos. Ese bombillito no gasta nada.
Zuleidy: A los muertos se les pone una velita y un vaso de agua. Y un platico con comida… Un «addimú»
Yo: ¿Agua? ¿Comida? … Si acaso un poco de luz.
Zuleidy: Luz, dice… Muchacho, apaga el bombillo y no me hagas reír. La cosa está mala pa to el mundo. Vivos y muertos.