Por Anette Espinosa
La Habana.- No estoy habituada a esto de polemizar sobre quién es mejor o peor. No lo hago ni sobre deportes, pero cuando Helena, la jefa, llamó y me preguntó por el presidente más tonto de América no me lo pensé mucho. Me pareció fácil. Entonces, me dijo que escribiera, que tenía una hora para justificar mis preferencias, y allá voy con mi disertación sobre Daniel Ortega, el hombre fuerte de Nicaragua.
También me dijo que mis colegas Oscar Durán y Jorge Sotero tenían otras predilecciones, casi seguro que entendibles, partiendo desde la base de que ningún presidente es tonto, porque de lo contrario no hubiera llegado nunca a ese puesto, reservado solo para unos cuantos elegidos. Aunque no tienen que ser necesariamente por el talento para resolver problemas, capacidad oratoria o de hacer por sus pueblos.
Incluso, como mi ‘preferido’, no tiene que ser carismático, ni estar acompañado por una mujer hermosa, que contagie simpatía o bondad. Ortega llegó al poder por las armas, en aquella guerra contra Anastasio Somoza que terminó en julio de 1979, pero lo perdió después por no hacerle caso a los Castro, que eran sus tutores de siempre.
Sin embargo, aprendió la lección y cuando regresó al Palacio de la Cultura se las arregló para no abandonarlo jamás, para afincarse en el trono y garantizar el futuro de su familia. A tan extremo fue que le garantizó el puesto de vicepresidenta a su compañera de alcoba, Rosario Murillo.
Ortega apenas aparece en televisión. Sus discursos son esporádicos, generalmente en ocasiones muy específicas, y son largos, tediosos, aburridos e incongruentes. Por eso mismo no asiste a cumbres internacionales en las que debe hablar y delega esas funciones en su canciller y a veces hasta en sus propios hijos, listos para asumir las riendas del país cuando los padres ya no puedan.
No le basta a los Ortega Murillo con haberse hecho millonarios. Como la zaga Castro en Cuba, quieren más, quieren el poder para siempre, y en eso trabajan desde hace mucho tiempo, al extremo de que le han cortado las alas a todo aquel que ha intentado oponerse. Y quien dice las alas, también puede mencionar la cabeza, y la iglesia Católica nicaragüense lo ha sufrido en carne propia.
Eso sí, cuando me refiero a Ortega como tonto, lo hago por su incapacidad para ser coherente, para hablar bien, para tener sentido del humor, agradar, comportarse como un jefe de Estado, que no solo tiene que serlo sino que aparentarlo. Y él es todo lo contrario. Pero sus súbditos le temen, porque sabe que es capaz de cualquier cosa. Y saben que lo que le falta de carisma, le sobra de bajas intenciones, de instintos bajos, entre los cuales puede contarse su desmedida afición por las mujeres (No olvidemos que una hijastra lo acusó de haberla violado en más de una ocasión).
Este es el señor que gobierna Nicaragua. Sus errores se los guarda, porque no es tan incontinente a la hora de hablar como sus amigos Nicolás Maduro o Miguel Díaz-Canel. Incluso, ni como el ex de Bolivia, Evo Morales. Por eso algunos piensan diferente de él, pero su nivel intelectual dista mucho del que necesita un hombre para estar al frente de un país y dejarse la vida por su pueblo.
Ortega se la deja por él, por los hijos y la esposa, y por alguna chica de ocasión, porque siempre hay alguien que se presta para buscarle alguna sin escrúpulos que se quiera acostar con el despreciable mandatario.