Por Esteban Fernández Roig Jr. ()
Miami.- En mi entorno les decíamos ‘caniques’. Aquí me he enterado que en otros lares de Cuba les dicen canicas, chinatas, bolas, balines, boliches. Me encantaba jugar con ellas, fue mi primer entrenamiento, y fue también el inicio de la amistad con los niños del barrio.
Recuerdo la primera vez que le pregunté al vecinito Noly Mata dónde podía obtener las bolas. Y textualmente me respondió: “Chico, pídele a tu padre, Esteban, que te dé 50 kilos, ve a la quincalla de Adea, al frente del parquecito Martí, y dile a su esposo, Humberto, que te venda unos caniques”.
Me puse contento. Me sonreí ante la detallada explicación, pero me sorprendió extraordinariamente cuando me dijo estas palabras: “Oye, y ten mucho cuidado, porque LOS MUCHACHOS MALOS consiguen sus bolas de otra forma y hay que salirles al paso”.
En ese momento me quedé en el limbo, porque ahí me enteré que existían “muchachos malos” y antes de dos días conocí de cerca el método de esa detestable actuación, cuando uno de ellos, grandote, a quien le decían “el mono”, gritó: “¡ARREBATO!” y se llevó nuestras canicas.
Le caímos atrás corriendo, tratando de alcanzarlo. Fue la primera y única vez durante mi niñez en Güines que me “fajé”. Desde luego, no fue en realidad “fajarme”, sino aspavientos, alardes y gritería. Vaya, fue la primera que se me escapó un sonoro y ridículo : “¡No me aguanten, que lo mato!”
Noly, que era mayor que nosotros, nos separó, paró la refriega y puso orden.
Muchísimos años más tarde, la mayoría de los muchachos malos, con honrosas excepciones, terminaron siendo chivatos, milicianos y cederistas. Noly Mata vino al exilio y dedicó su vida a perseguir a los delincuentes en Los Ángeles (The Rampart Division ) y fue condecorado como el mejor policía en los Estados Unidos.