Por Jorge Fernández Era ()
La Habana.- La zona de Santos Suárez donde vivo fue en Cuba, y posiblemente en Latinoamérica, la de mayor cantidad de salas cinematográficas por kilómetro cuadrado desde finales de los cincuenta y hasta inicios de los ochenta. Al cine asocio mi primer «delito»: gracias a un carnet que logré falsificar me colé en varios del barrio a ver las mejores comedias italianas de la década de los setenta. Uno se pregunta cómo tanto guión inteligente pudo clasificarse en el marco estrecho de «filmes para mayores de 12 o de 16».
Tras graduarme de Periodismo, me asocié más directamente al cine de la mano de mi amiga Ana Laura Bode, tristemente fallecida años después. Ella no soportó el acoso que nos vino encima en la Facultad tras una reunión con el Comandante y Aldana y emigró hacia la EICTV de San Antonio de los Baños. Años después, cuando ostentaba un envidiable expediente que incluía su paso por la escuela de cine de París, me llamó en 1995 y me propuso ser su asistente en un documental largometraje que estuvimos trabajando por más de un año y me hizo contactar a gente del gremio, gente que me reencontré otra vez o tuve el gusto de conocer cuando en la primera década del nuevo siglo, tras mi paso por Nos y Otros, me uní a Eduardo y a Sex Machine para colaborar en buena parte de los cortos de Nicanor. Antes había hecho mi incursión como actor Z en «Kleines Tropicana» y algunos otros filmes de los noventa.
Quizás la experiencia más trascendente con las veinticuatro tomas por segundo se la deba a Ricardo Figueredo y «La singular vida de Juan sin Nada», para la que me eligió como protagonista. Lo había hecho para «Operación Alfa o lo que le pasó a Benito Manso», pero el personaje de Juan le exigió mucho más a mi ya destartalada figura.
En todas estas incursiones en el cine sufrí, lo sufro aún, que la censura se haya vuelto parte inalienable del acontecer cultural de la nación, por causas que tienen que ver sobre todo con lo político. Al arte se le ha pretendido suprimir su mirada cuestionadora, no es casual que en estos días una Asamblea de Cineastas defienda su derecho a existir y ponga muy en alto la dignidad de los creadores.
En un panel al que asistí hace unos días, Gustavo Arcos recordó la errada decisión de prohibir la existencia de las salas 3D. En algunas de ellas, con el pretexto de llevar a mi hijo, disfruté memorables filmes que se me hicieron más impresionantes detrás de aquellos «Espejuelos». Así titulé un cuento que escribí tras el berrinche que me dio una decisión tan estúpida. Lo traigo como homenaje y agradecimiento a la Asamblea de Cineastas y en especial a los que han hecho que me sienta parte de ella y de sus reclamos.
ESPEJUELOS
Mientras le planchaba la ropa para acompañarlo al parque, trató de explicarle a su hijo por qué no lo llevaba a ver la segunda parte del largometraje en 3D que tanto había disfrutado la semana anterior.
-Eres muy pequeño para comprender la razón del cierre de esas salas, y yo muy grande para tragármela. Al Estado le preocupa el contenido de lo que se exhibe.
-¿Y cerrarán también los canales de televisión? Esa película la pusieron un día en la tanda infantil.
-Según dicen no es lo mismo. Se supone que cuando pasa por la TV hay un grupo de expertos con toda la preparación para suprimir lo que consideren nocivo para los infantes.
-¿Y qué es lo nocivo, papi?
-Lo nocivo es que existan los expertos, que nadie sabe por qué están más preparados que yo o que tu mamá.
-¿Y que las cierren significa que el Estado va a abrir las suyas propias, como aquella a la que me llevaste en el cine Chaplin y que te costó más cara?
-Abrir unas cuantas supone la erogación de un capital con que no cuenta la economía cubana, a pesar de lo que le pagan a tu papá. Habrá que esperar a que surja el cine en cuarta o quinta dimensión para que bajen los precios de la tecnología 3D.
-Entonces será pronto, porque tú mismo me has dicho que la ciencia avanza a pasos acelerados.
-Pero la ciencia y nuestra economía son dos variables inversamente proporcionales, y eso mejor ni te lo explico te haría más daño que cualquier filme de los que has visto.
-Papi, pero tú también me has hablado que muchas veces se ha prohibido una cosa, luego vuelve a permitirse, más tarde se vuelve a prohibir, y así sucesivamente.
-Sí, es lo que se ha dado en llamar la dialéctica criolla… Yo creo que respecto a la clausura de esas salas no se ha publicado todo el contenido de la Resolución. Al final mejorarán las cosas, porque el segundo paso seguramente será que los hacedores de política ordenen el decomiso de los espejuelos para visualizar películas en 3D y los distribuyan entre ellos mismos, a ver si acaban de percibir la realidad en todas sus dimensiones.