Por Padre Alberto Reyes ()
La Habana.- Según el diccionario, la esquizofrenia es “un trastorno mental que dificulta establecer la diferencia entre lo que es real e irreal”. El esquizofrénico vive dentro de su propio mundo, puede ver y oír cosas que constituyen para él la realidad, pero que, en verdad, sólo existen en su mente.
Anda por las redes un resumen de la última Mesa Redonda que cabe perfectamente en esta definición de “esquizofrenia”. Nos han dicho a todos, públicamente, que “no hay combustible y que habrá muchos cortes de luz, pero que debemos tener confianza; que por la falta de combustible sólo funcionará el transporte imprescindible, pero que debemos resistir; que por la misma razón energética se pondrá en marcha el teletrabajo e incluso se cerrarán escuelas, pero que sólo necesitamos más confianza; que tampoco se podrá trasladar la canasta básica a las bodegas y que además no hay dinero para comprar los artículos de dicha canasta, pero que todo se afronta con más resistencia; y que a pesar de esta situación lo que tenemos que hacer es defender la Revolución porque, evidentemente, ‘sí podemos’ salir de esto”.
Es un discurso esquizofrénico, pero no es nuevo, de hecho, hemos crecido rodeados de mensajes esquizofrénicos: “hacer más con menos”, “construir un socialismo sostenible”, “resistir y vencer”…
También es cierto que nosotros entramos en el juego de la esquizofrenia social: nos quejamos de puertas hacia adentro y aplaudimos de puertas hacia afuera, nuestros hijos pasan hambre pero no faltamos al desfile del primero de mayo, no tenemos medicamentos pero nos apuntamos a los actos de repudio…
Aún así, vamos poco a poco mostrando signos de sanación y de cordura. Es verdad que hemos tenido hitos importantes en este proceso de sanación social: el movimiento San Isidro, el plantón de intelectuales y artistas el 27 de noviembre del 2020 frente al Ministerio de Cultura, las manifestaciones masivas del 11 y 12 de julio del 2021, por sólo citar algunos ejemplos. Pero más allá de esto, hoy estamos asistiendo a un crecimiento de la honestidad ciudadana en los comentarios en la calle, en los sitios públicos, en las redes sociales, así como a un aumento de la conciencia crítica de diferentes actores de la sociedad civil, que han sido capaces de hacer declaraciones y de tomar acciones para deshacer el espejismo patológico de una sociedad feliz, perfecta y adherida fervientemente a su Revolución.
Escritores, artistas, periodistas, cuentapropistas, animalistas, profesores universitarios, el colectivo gay, comunidades religiosas, madres, jóvenes… han alzado su voz y, sin saberlo, han puesto en práctica algo que Santa Teresa de Jesús le pedía constantemente a Dios: que hiciera crecer en ella “la terca esperanza y la santa osadía”.
Porque eso es lo que pide nuestro presente histórico, si no queremos morir de hambre, inanición y oscuridad: la unidad de todos los actores de la sociedad civil, cada uno en su campo, cada uno con su pequeño aporte, aferrados a la terca esperanza de que un cambio social en Cuba es posible, y empujando el muro de esta cárcel en la dirección correcta, con santo atrevimiento, con audacia creativa, con el valor que da esa esperanza.