FIDEL CASTRO ‘QUEMÓ’ AL CHÉ GUEVARA

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFEFIDEL CASTRO 'QUEMÓ' AL CHÉ GUEVARA

Por Anette Espinosa
La Habana.- Mi madre fue enfermera del hospital Calixto García por años, y allí hizo amistad con Ulises Estrada Lescaille, quien era diabético, insulino-dependiente, y acudía de vez en cuando a inyectarse. Le gustaba atenderse con mi madre, porque la vieja tenía buenas manos y aquellas agujas en el abdomen no le parecían tan crueles, como solía decir.

Una noche llevó al Calixto, Nadia Bunke, la madre de Tania La Guerrillera. La mujer, una anciana ya, se sintió mal en el momento que pasaron cerca del hospital. Ese día, mientras la señora se recuperaba de un bajón en la presión arterial, mi madre y Ulises hablaron durante mucho rato. Él era un gran conversador y mami le dijo que cuando sintiera necesidad de inyectarse que fuera a mi casa, previa llamada y le resolvería el problema.

Y así lo hizo muchas veces. El hombre, quien falleció en enero de 2014, llegó a tener tanta confianza con mis padres que cuando llegaba pedía un café o preguntaba si no había algo para tomar. Le gustaba el buen wisky y, a veces, traía alguna botella y se la tomaba con mi padre, sentados ambos en la terraza. Tanta amistad hicieron que muchas veces se abría la camisa o se la quitaba y quedaba en camiseta. Nunca sin camisa.
De vez en cuando, me sentaba a escucharlos. Hablaban de muchas cosas. Y siempre, de una forma u otra, caían en el tema Ché. Porque Ulises fue quien llevó al Congo a Guevara y lo incorporó a la guerrilla en aquel país. Y luego lo sacó de allí y lo dejó en Europa, de donde solo volvió para alistarse e irse a Bolivia, donde murió en octubre de 1967.
Ulises hablaba sin tapujos, sobre todo cuando se daba dos tragos. Lo mismo contaba de sus tiempos como embajador en Yemen, que en Jamaica o Argelia. Sabía que allí podía hablar y decir lo que quisiera. Sus historias estarían protegidas, pero yo me quedé con todo aquello, y como mi padre, mi madre y, hasta Ulises, murieron, voy a contar algo que el protagonista de esta historia siempre tuvo claro.
«Cuando Fidel leyó la carta de despedida y él se enteró, pateó el piso y dijo que lo habían enterrado. Esa noche, porque lo de la carta lo escuchamos por Radio Habana Cuba, me pidió mi opinión, algo que muy pocas veces hacía, sobre el asunto. Me corté, no supe qué decirle, o no quise. Le tenía mucho respeto, pero a él aquello no le gustó nada.
«Y fíjense si fue así, que, después del fracaso en el Congo, a Europa fue a verlo mucha gente para que volviera, y no quiso. Fue Ramiro, Fernández Mell, sus hombres de confianza. Y fue hasta Aleida, su mujer, y nada de nada. No quería volver, porque él había renunciado a todo en Cuba, y se veía sin derechos. Y solo volvió cuando Fidel le prometió que se iría a otro país. Solo que en ese momento no había países a donde ir. Bolivia no era el lugar, no por lo que pasó allí y su muerte, sino porque en Bolivia había un gobierno con respaldo en las capas bajas, tras la reforma agraria del general Barrientos.
«Él no me lo dijo nunca, pero me lo dejó entrever muchas veces. Era como si me dijera: ‘este tipo me mandó a matar, me sacó del camino’. Porque hubo un momento en que las relaciones de ellos se volvieron tensas. Yo no estaba siempre con él en Cuba. De hecho, lo vi esporádicamente en su casa de Campo Florido, a donde iba a recogerlo alguna madrugada para hacer trabajos voluntarios, pero durante el tiempo en que estuve con él para sacarlo de África, me contó muchas cosas. Creo, incluso, que se arrepintió de otras. Y me di cuenta de que ya no era tan radical como antes, como fue siempre.
«Y la gente dice por ahí que él tenía una relación con Tania. No creo que haya sido así, o al menos no mientras ella y yo estábamos juntos. Y Nadia, la madre de Tania, que tenía muy buena relación con su hija, dijo siempre que los planes de ella eran los de tener hijos con este negrito cubano, pero la vida la llevaba tan a prisa que es difícil que eso hubiera pasado. No era una mujer como para casarse con ella y dejarla en la casa, al cuidado de los hijos».
Esa conversación la recuerdo al dedillo. Y también algunas otras, en referencias a comentarios de los allegados del Ché, sobre todo de los sobrevivientes en Bolivia. Sobre lo que pasó allá, y la forma en que enfrentó aquello. Ulises creía que el argentino se había cansado, se sentía abandonado, y con asma, sin medicamentos y sin comida. Le daba lo mismo si morir o no.

Se leía punto por punto el diario, pero no otras versiones, como el libro de Jorge Castañeda Gutman (La Vida en Rojo), el excanciller mexicano, sobre la vida del Ché. Más creía en testimonios que llegaron a sus manos, escritos por soldados bolivianos, aunque siempre decía que había demasiado protagonismo en todos.

Ulises sabía unas cuantas cosas. Trabajó mucho tiempo con Barbarroja, cuyo verdadero nombre era Manuel Piñeiro, y quien dirigió por décadas el departamento América, a través del cual exportó Cuba la revolución a todo el continente.

Un día, Ulises contó de alguna discusión con Piñeiro sobre algo relacionado con el Ché, tras tomarse unos tragos ambos en alguna reunión, y desde entonces, creo, su relación no fue buena, hasta la muerte de Piñeiro, ocurrida a finales de la década del noventa.

Por las conversaciones de Ulises, saqué como conclusión que Fidel Castro tuvo implicado en la muerte del Ché, porque, tras el fracaso en África, sus planes pasaban por regresar a Cuba y dedicarse a su familia y a otras cosas, pero la publicación de la misiva le quemó las naves.
Tal vez alguna otra vez regrese sobre Ulises y cuenta algunas cosas más, de esas que le escuché en mi casa, y que le contaba a mi padre, a mi hermano y a mí, mientras se tomaba algo o esperaba algunas cosas para comer.

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