QUIMBOMBÓ PRESIDENCIAL

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Por Iran Capote ()
Pinar del Río.- Zuleidy se las da de ser «metralla», de meterse por el hueco de una aguja.
Esta mañana llegó a mi puerta y me dijo, así sin ton ni son: » Niño, yo estoy arrebatá.»
No le seguí la rima, porque yo sé del palo que se rasca.
El caso fue que la dejé hablar allí sin mostrarle la más mínima importancia a lo que me decía.
Según ella (y esto lo decía muy bajito), el fin de semana se fue para La Habana. «A guerrear, niño, a sacar candela, porque aquí no hay ni por quien llorar…»
Dice que mediante un contacto de un contacto de un contacto, logró meterse en un restaurante donde, de casualidad, estaban «el tipo» y «la tipa». Ahí abrió los ojos como si fueran a salirse de las órbitas. Yo, que no estaba pa na, porque ando contentico con estas iniciativas de Halloween, no le entendí bien a quienes se referían. Y ella, con acentuado interés repitió en voz baja y mirando pal pasillo del edificio: «Niño, el tipo y la tipa ¡ Marco Polo el viajero y su mujer! «
Yo perdido, pero sin ganas de darle pita, le digo: «¡Ah, ya! ¡Candela! ¡Ya tú sabes!»
Seguía mirando al pasillo, nerviosa, como si estuviera hablando de alguien de quién no se puede hablar. Hablaba bajito, casi un susurro. Yo me decía pa adentro: ¡Qué bueno está pa espantarle ahora la musicanga de su teatro en casa!
Pero su nerviosismo de pronto me pareció interesante. Algo gordo tenía que haber visto ella en el encuentro casual con aquellos desconocidos.
» No vayas a decir, na, Niño». Me imploró. «Pero si no te lo digo, me reviento».
¡Suelta ya, Zuleidy, que tengo cosas que hacer! Le dije impaciente.
«Niño, esa gente tiene dieta a base quimbombó. Todo lo que comieron en aquel restaurante, estaba acompañado de quimbombó. Hasta los dulces. ¡Te quedas muerto! ¡Al tipo le encanta! A la tipa no, pero él hace que ella se tape la nariz y se tome hasta el jugo baboso ese! Ella le decía, atorá: Ay, papi, viejo, ya! Y él le decía: Dale, machi, trágate esto al pumpum, anda… ¡Dime algo, niño! ¡Dime algo!…»
Yo me reí, porque al final ni sabía de quienes estaba hablando ni tampoco me importaba lo que comían. Fingí reírme de su cuento, más bien.
Ella, se rascó el oído con el meñique. Carraspeó dos veces la garganta. Y me dijo:
«¡Por eso les resbala to! El hambre, los apagones, La Habana que se cae a pedazos… ¡To!…»
Yo no dije ni esta boca es mía. Y ella esperaba alguna respuesta en su apoyo. Indignada, salió por el pasillo, gritándome:
«¡Tú sabes más de cuatro cosas!»

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