Por Jesús Hernández Villapol
(A la memoria de Harold. Sus cenizas hacen de Nueva York un mejor lugar)
West Palm Beach.- Visitar la ciudad de Nueva York, de ocho millones de habitantes, es algo así como sumergirse en el centro de un huracán, se torna sorprendente, veloz, irrepetible, voraz. Quizás comparable a apreciar el paisaje desde la ventanilla de un tren a gran velocidad.
“La Gran Manzana” tiene diversas caras, vistas que van desde la majestuosidad y opulencia de sus rascacielos, pasando por el constante ir y venir de cientos de personas, hasta el mundo de los que subsisten con sus humildes trabajos o viven en las calles.
Es una ciudad que te golpea en la cara por la velocidad con que se vive y los altos precios, pero que nos abre los ojos de que el mundo tiene matices deslumbrantes, dignos de ser apreciados desde la perspectiva de la libertad, de la que todos somos merecedores.
Transitar por sus avenidas es un interactuar constante y hasta agobiante con tiendas y vendedores callejeros de tours y souvenirs (en su mayoría de procedencia China, como una paradoja, contraria a toda lógica, de la guerra comercial al gigante asiático en la meca de Estados Unidos).
Nueva York es luz, pero también sombra, que no es difícil de encontrar en el rostro de taxistas, trabajadores de servicios, en tiendas, quioscos, cafeterías y restaurantes, en su gran mayoría inmigrantes; que muestran el cansancio y, de cierta manera, la inseguridad de encontrarse en una realidad a la que han llegado por la necesidad de no encontrar en nuestros países de origen una vida digna.
“La Jungla de Asfalto” te abre los brazos y sin darte cuenta te deja desconsolado, donde puedes estar en la soledad más acompañada que hayas imaginado, con cientos de personas a tu lado, cada una en su individualidad, en su inédita vivencia y en el caso de los turistas (más de 50 millones al año), inmersos en perpetuar su presencia con fotos en cada uno de los icónicos parajes. Nosotros no fuimos la excepción.
El sitio que hace una alegoría a la diferencia, ya sea racial, cultural, política, religiosa, arquitectónica, deportiva o social, en que las parejas de un mismo sexo encuentran el paraíso soñado, en el que nadie les cuestiona su libertad de elegir.
Puedes encontrar el Wall Street del poder económico, la Organización de Naciones Unidas (ONU), que mientras no haya otra mejor a nivel mundial, con sus imperfecciones, es la encargada de defender que todos tengan voz, aunque se aprovechen de su bondad gobiernos que no la merecen (Rusia, Irán, Afganistán, Cuba, Venezuela o Nicaragua, por citar algunos).
No por gusto la llaman la capital del mundo libre, pero también de la moda y el arte, con su inmensa calle Broadway, atestada de teatros y cines o el legendario Radio City Music Hall, de estilo Art Deco, donde se presentan las maravillosas bailarinas Rockettes, con sus sofisticadas rutinas de baile.
Manhattan con su Times Square, Rockefeller Center o el Empire State, tras sus impresionantes e intrépidos paisajes desde la altura, que pone a los pies del visitante la ciudad, tan familiares por el cine; justifican las tres horas de vuelo desde Florida.
No es exagerado decir que ante las gigantescas moles de concreto y enormes pantallas lumínicas, el ser humano se siente como diminuto e insignificante.
Los impresionantes puentes de Manhattan o Brooklyn nos hacen protagonistas por un día de las producciones hollywoodenses, que nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas, en busca del héroe o heroína añorada en el barrio “Dumbo” o sencillamente vivir en tiempo real una secuencia de los cineastas Martin Scorsese o Spike Lee.
El encuentro con la Estatua de la Libertad, en Liberty Island, no estuvo exento de emotividad, por todo lo que encierra desde el punto de vista histórico y humano, al ser la puerta de acceso a América de tantos inmigrantes, que han contribuido a la construcción y desarrollo de los Estados Unidos. Aventura que nos toca muy de cerca, a los que hemos decidido surcar mares y cielos para cambiar nuestras vidas.
Pero Nueva York es muchas cosas a la vez, desde el viajero ocasional que no duda en ofrecerte una información, el caminar largas distancias sin encontrar un baño público, sufrir un tráfico infernal o recorrer la ciudad en el Subway, que utilizan como promedio 3,8 millones de personas diariamente.
Ese medio de transporte, imprescindible para turistas y neoyorkinos, aunque con mala fama por su aglomeración, estética e higiene interior; al principio causa temor, pero en la práctica se comprueba que es seguro. Pudimos corroborarlo en el periplo Bronx-Manhattan, a altas horas de la noche, en el que compartimos de forma relajada el trayecto con familias con niños en brazos y personas de todo tipo.
La experiencia incluyó, como no podía de ser de otra forma, presenciar un partido en el Yankee Stadium entre “Los Bombarderos” y Toronto, que nos regaló un triunfo de los Yankees, con excelente faena desde el montículo de su estrella Gerrit Cole.
Fue un sueño de toda la vida disfrutar de ese partido con mi hija y recorrer el Museo donde se encuentran objetos y fotos de inmortales como Baby Ruth, Lou Gehrig o Mickey Mantle, que me hubiera gustado compartir con los amigos de la infancia, con los que tantas veces fuimos al Parque Latinoamericano de La Habana.
El Yankee Stadium se encuentra en el Bronx, uno de los sitios más humildes del estado, con sus olores narcotizantes, su peculiar música, sus bares y gentes, con las que me sentí como pez en el agua.
Estar en Nueva York constituye una experiencia única y se ha dicho que permanecer mucho tiempo sin visitarlo puede que te haga muy débil, pero vivir mucho tiempo allí, pudiera hacerte demasiado duro. La invitación está abierta.
(Tomado de Crónicas de Júpiter)