DÍAZ-CANEL Y LA PRESIDENCIA (II)

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFEDÍAZ-CANEL Y LA PRESIDENCIA (II)

Por Jorge Sotero
La Habana.- En agosto de 1989, el entonces joven y melenudo Miguel Díaz-Canel le confesó a Roxana Donato, una de sus amantes de ocasión, y también dirigente de la UJC en Villa Clara, que su próximo objetivo era ser secretario del Partido Comunista en la provincia de marras. Donato, que estaba hechizada con él, pero que sabía que no iba a dejar a su novia de turno, se lo creyó, y se lo comentó a una amiga más adelante.
La amiga de Donato se rió cuando está le hizo el cuento, y le dijo que era ‘muy probable’, que lo veía con carisma y con deseos de tumbar a Tomás Cárdenas García, quien entonces era la máxima autoridad de la provincia. El entonces delgado dirigente juvenil andaba en la onda de Roberto Robaina, quien dirigía la UJC a nivel nacional, y se había aprendido unos bocadillos de este que sentaban bien en los lugares donde hablaba.
Tres años después lo mandaron a La Habana, a trabajar en el Comité Nacional de la UJC, y a Donato a Manicaragua, porque ya no tenía protector. Su estancia en la capital fue corta, porque regresó al poco tiempo a cumplir su sueño: sustituir a Tomas Cárdenas. Para él, era lo máximo. Era como si hubiera estudiado en un convento y lo acabaran de nombrar Obispo de la capital.
En Villa Clara estuvo muchos años. Dos veces promovieron a quienes trabajaron con él a secretarios del Partido Comunista en otras provincias, como si él fuera el maestro que los adiestraba. A sus órdenes estuvo hasta Lázaro Expósito. Y una vez, a raíz de aquella sustitución ruidosa de Carlos Díaz Barranco en Camaguey, por presentar un informe lleno de loas, publicaron, íntegramente, en Granma, el de Villa Clara.
A Díaz-Canel Villa Clara le quedaba perfecta. Tenía buenas relaciones con los medios, y un equipo de periodistas se encargaba de pulir al detalle cada informe de balance y lo que mandaba a La Habana. Y aquel ‘espíritu crítico’ siempre le cayó en gracia a Raúl Castro y a su hombre de confianza, José Ramón Machado Ventura.
Con Fidel fuera del aire, y sin ser Villa Clara una provincia importante, Raúl Castro lo movió a Holguín. Pero eso no entraba en sus planes: él prefería seguir en el centro hasta su jubilación. Sin embargo, su vida dio un giro brusco nada más caer en tierras holguineras. Allá no lo respetaban como en su tierra, la gente le ponía apodos, y para colmo salió a la luz su relación con Lis Cuesta y el divorcio de su esposa de siempre no se hizo esperar.
En Holguín se quemó. Alguna vez le comentó a un amigo periodista de Villa Clara que aquel puesto le quedaba grande y que estaba ansioso por terminar la tarea. Pero Raúl Castro había defenestrado a todos y cada uno de aquellos a los que podía confiarle el puesto de presidente y de máxima figura del Partido Comunista, y aunque le insistían una y otra vez que podía ser Gerardo Hernández, al hermano menor de Fidel Castro este no le terminaba de entrar por el ojo. Las infidelidades que le aguantó a la esposa hicieron que no lo considerara el hombre ideal al espía recién excarcelado.
Por entonces, Díaz-Canel ya había pasado a ser vicepresidente y cada día, antes de dormir, rezaba una plegaria para que Raúl Castro siguiera como presidente, para él seguir de vice. No lo digo yo, lo dijo su suegro, el coronel Cuesta, en una de sus borracheras habituales. El hombre sabía que aquello era mucho para él. Sin embargo, Raúl decidió irse a sus whiskys y sus pantuflas, y le dejó la papa caliente, con el sanbenito de que el hijo y el nieto lo iban a tener controlado.
El resto de la historia lo sabemos. El Hombre de la Limonada, que pasará a la historia de los presidentes de Cuba como El Singao, va camino de cumplir su segundo mandato, y tal como van las cosas, como bien dice mi amigo Oscar Durán, hasta puede que le modifiquen la Carta Magna para que permanezca otros cinco años al frente del país, aunque durante su gobierno Cuba ha sido cada vez más pobre, y no hay una esfera de la vida cultural o económica en la que haya avanzado. Y hasta el mismo mandatario lo ha reconocido.
Con él pasa como con esos memes donde aparecen cosas en lugares donde nadie se lo puede imaginar, porque él mismo no se cree cómo llegó a presidente, aunque admite ya que le gusta el puesto, que es bueno tomar un avión e irse por ahí, ser recibido con todos los honores, disfrutar de buenas bebidas y comidas opíparas, y tener todos los fines de semana alguna reunión de familia en los lugares lindos que aún quedan en Cuba, y que están al alcance de casi nadie.
El jovencito melenudo y larguirucho de 1989, a veces simpático, dio paso a un tipo zonzo, regordete y barrigón, sin sentido del humor alguno, con grandes problemas para leer, al que de vez en cuando se le ocurre una bufonada que lo convierte en hazmerreír, como aquello de hablar en inglés, al que ya nadie quiere ver, porque no tiene el valor de hacer lo que toca: disolverlo todo, convocar a elecciones y renunciar.

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