Por Arnoldo Fernández ()
Contramaestre, Santiago de Cuba.- Mi pueblo es Contramaestre, un pueblo que surgió gracias al ferrocarril. Por aquí pasaron la mayoría de los trenes de Cuba, ya no pasan.
Hay lugares y personas que dan sentido al espíritu del pueblo. En estas fotos, los que me hicieron sentir de Contramaestre.
Esa esquina de las máquinas fue lo primero que vi cuando vine al pueblo.
El Caney de Maffo me asombró siempre que pasé por allí cuando era un niño que iba de la mano de su madre.
La Pepito, mi escuela grande. Estudiar en sus aulas, un regalo.
Juan, Mange, Odelín y tantos otros que de tanto verlos, los sentimos parte de nuestro ser.
Fico Fernández, el Central América, el pitido de su sirena, el enfriadero donde nos bañamos cuando éramos muchachos, nuestra mejor piscina en los veranos. El olor a azúcar en todo el batey.
El Contramaestre, un río delgado pero hermoso, como lo llamó una de las personas que más amó e hizo por Contramaestre: Eduard Encina.
Remanganaguas, aquí está el corazón de Martí y muy pocos lo saben. Tierra sagrada bendecida por Dios.
El Cruce de Anacahuita, allí la confluencia de tantos lugares hermosos: Los Bungos, Maibío, Baire, Contramaestre.
¡Qué decir de nuestros campos! Extensos mares de colores y sabores, de vivencias inolvidables. Esas palmas nos decían tanto, aquellos naranjos nos invitaban al goce, a una fiesta de adolescentes y muchachos bajo sus sombras.
Sus puentes permanecen, desafían el tiempo. Sin ellos, el pueblo quedaría aislado del resto de la isla. Merecen más cariño, más atenciones de conservación.
Que poco nos queda de ese Contramaestre tan amado, muy poco para ser sincero. Lo que fue un pueblo bello, hoy es un pueblo triste, ya no tiene su central, su cine, su caney, su piscina, sus personajes más queridos, sus palmas, ni Los Bungos, ni las naranjas, ni Cancún, ni el río de agua bendita… ¿Qué nos queda?