DÍAZ-CANEL: «(…) SIGAMOS SIN MIEDO, CON CORAJE Y CON OPTIMISMO, Y POR QUÉ NO, LA GUAPERÍA CUBANA…»

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Por Joel Fonte (Especial para El Vigía de Cuba)

La Habana.- La podredumbre moral, la desvergüenza de estos cobardes excede por mucho la corrupción generalizada en que se han hundido. Hace mucho tiempo aprendí, no solo teóricamente, sino analizando de modo práctico la sociedad, que la corrupción es un estado en el que el individuo se hunde gradualmente, por etapas.

Ese sujeto con disponibilidad de recursos públicos, con la posibilidad de hacer generalmente con un plumazo que miles o millones de dólares dejen de tener un fin económico, social, y pasen a ser patrimonio de un sujeto o grupo de ellos que se los apropia, comienza a robar por cuantías mínimas, y se cuestiona aún por lo que hace, aunque buscando diferentes excusas para salvar su conciencia.

Luego, cuando se sistematiza el robo, y la gravedad de los hechos se traduce en la acumulación de notable riqueza personal, el sujeto va desarrollando una conciencia menos crítica hacia su actuar criminal, lo justifica con mayor cinismo, sin apenas auto-reproche, aunque persiste de un modo al menos ambiguo y simulado el sentimiento de culpa.

Hasta ese punto, ubico la que sería la corrupción material, patrimonial: el individuo aún tiene «salvación», aunque costosa. Pero cuando ya el sujeto no solo roba desenfadadamente, llegando a disponer con ligereza de los bienes que el Poder coloca en sus manos para un fin común como si fuera un Dios todopoderoso, cuando se enriquece y cubre también de beneficios a los que corruptos también como él están en su entorno, tejiendo una red de complicidades, y se construye un pedestal para que la masa lo glorifique, llegando a convencerse de que tiene un derecho casi divino a hacer lo que le da la gana, entonces el sujeto no solo se ha corrompido en el sentido estrictamente material sino que moralmente está ya perdido; es un cadáver amorfo.

Esta pretendida radiografía los cubanos podemos visualizarla sin mucho rigor en este régimen siniestro, genocida, que padecemos.

Fidel Castro desató su furia egocentrista casi desde que descubrió el Poder, y particularmente en sus últimas décadas llegó a vivir como un verdadero Dios, disponiendo de los limitados recursos del país a su antojo, y desarrollando un autoritarismo comprensible solo en una mente que ha dejado de pensar como servidor público para erigirse en dueño de millones de almas.

Su hermano, desprovisto de la amplia capacidad manipuladora del otro, no dejó por ello de Imponer la misma visión totalitaria del que no debe cuentas a nadie, porque está por encima de todos y de todo, particularmente de la Ley; esa que en Cuba se impone contra el pueblo, y no para él.

Y, finalmente, en una cadena de Poder que enlaza un eslabón con otro a fuerza de la cada vez más manifiesta inmoralidad, podredumbre, está el señor Miguel Díaz-Canel, desprovisto de autoridad, y que como muñeco de ventrílocuo, o gramófono de antaño, solo es vocero de las ideas criminales y los intereses de la cúpula militar a la que sirve.

Pero no por ello, -o tal vez por eso mismo- deja de ser tan insultante cada palabra que sale de su boca, que aguijonea repulsivamente a una nación que ya no tiene aliento para aguantar más tragedias, porque nuestra vida es un infierno demasiado prolongado.

Un día, él y todos los que desde las sombras mueven sus hilos, deberán pagar por sus crímenes. Y confío en que los cubanos de buena voluntad hagamos lo necesario, cada vez más, para que ese día llegue más prontamente. Somos muchas generaciones, y millones de cubanos, los que demandamos esa justicia.

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