«…la verbocidad constituía, y sigue constituyendo, la más preciada aptitud del hombre de Estado.»
Manuel de la Cruz
Por Arnoldo Fernández
Contramaestre, Santiago de Cuba.- Hace unos años Eduardo Robreño decía que Cuba tenía muy buenos oradores, reconocía a Rafael Montoro entre los más grandes, también a Manuel Sanguily, a José Martí; un poco más cercanos en el tiempo, a Jaime Ortega, Cintio Vitier y Eusebio Leal. Lo cierto es que esa tradición de grandes oradores cubanos se ha perdido.
Cuba tiene dirigentes, funcionarios y personas que leen discursos. Esa improvisación a partir de una idea, el oído atento, la atmósfera, esa empatía, la peroración cuando es necesaria, esa energía que viene del pueblo, todo eso jamás podrán sentirlo.
Los que leen discursos no convencen a nadie, no tienen seguidores, mucho menos carisma. Tal vez les haga falta una vuelta por Atenas, Roma y regresar sabiendo que la oratoria es un arte.
No se nace orador, el orador se educa, pero lo más importante es creer en lo que se dice al pueblo, decirlo con sentimiento. Si no es así, puede pasarse horas leyendo, que nadie lo escuchará.
¿Un buen orador hoy?, no dudaría en decir, el Presidente del Salvador. Quizás Robreño me diría, no es cubano, yo le respondería, pero su arte oratoria sirve a algunos que ni leer en voz alta hacen bien.