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Por Jorge Fernández Era
La Habana.- En el año 2002 mi amigo Octavio Fraga me propuso asumir la edición del periódico Cubadisco. Se creaba el órgano oficial del Festival del mismo nombre que organiza el Instituto Cubano de la Música. Un modesto equipo al que se sumaron él, Mylene González en la coordinación y Alexis Diezcabezas en el diseño se entregó a la tarea de crear un órgano de prensa diario para un festival que duraba diez días y que tenía como principales artífices a Ciro Benemelis y Cary Diez.
Del primero no dejo de admirar su capacidad para aunar a tanta gente en función de un evento de locos. Si triste fue su muerte en el exilio, más lo es el olvido al que ha sido relegado un hombre que hizo muchísimo por la música cubana. A Cary le agradeceré eternamente su magisterio y las deliciosas discusiones que sosteníamos sobre disímiles temas. Con ambos siempre fue difícil ponerme de acuerdo, pero nadie sospecha cuánto les debo en mi formación como editor y periodista.
Quien más duró en el periódico Cubadisco fui yo. Estuve con él quince años, hasta su desaparición. Tuvo épocas doradas de impresión en cuatricomía, papel bond y venta en los estanquillos. Por él pasaron un montón de diseñadores, periodistas y musicólogos de renombre. No puedo dejar de mencionar a Lourdes Martínez Abreu y Ricardo Mesa, coordinadora y diseñador respectivamente que más duraron en el empeño y que se enrolaron conmigo en el conflicto burocrático que nos llevó a no cobrar durante seis meses y que inspiró el cuento «Cuadrar la caja», que escribí hace más de una década y que dedico con cariño a toda la gente buena que conocí gracias al festival del disco cubano.
CUADRAR LA CAJA
Llevan medio año sin cobrar salario. La publicación, disciplinadamente, se hace, y llega mes tras mes a los potenciales lectores. Pero los potenciales miembros del Consejo de Redacción están en el vórtice de un huracán que amenaza con borrar plantillas y mandarlos a la calle del medio. Mientras el palo va y viene sobre sus testas, los directivos de la institución prometen soluciones. Y parece las hay, pues para eso están aquí, tocando la puerta del director.
—Pasen, muchachos, tomen asiento… y café si queda en el termo… Primero quiero asegurarles que nadie duda del empeño que ponen en su trabajo, y de la calidad de la publicación. Son diez años de duro bregar por los entresijos de la cultura cubana, y ustedes son abanderados de la lucha por hacer de este pueblo el más culto de la Tierra.
(La sola mención de la palabra «tierra» estremece a los concurrentes, habida cuenta de la frecuencia un tanto preocupante de su utilización cuando de analizar variantes de empleo se trata).
—Les recuerdo que aunque existe desde hace una década la voluntad ministerial de que salga el periódico, es otro ministerio, el de Trabajo y Seguridad Social, el que dicta las normas a seguir en la creación de nuevos puestos de trabajo, y las responsabilidades de editor, diseñador y corrector no están incluidas en nuestro calificador de cargos. Es por ello que estuvieron cobrando hasta el otro día como pantrista, jardinero y elaborador de alimentos.
—¿?
—No se asombren, los hay peor que ustedes. La que reserva los pasajes para las inspecciones en provincias ocupa todavía una plaza de cuidadora de canarios que existe desde que nuestra casona contaba con la pajarera del jardín, tristemente desaparecida. Y a ella no sé cómo decírselo, porque es un ave de mal agüero.
—¿?
—Que no cunda el pánico, en breve llego al meollo del asunto… Ustedes no cobran desde hace medio año porque a raíz del esfuerzo del país por racionalizar plantillas, una auditoría concluyó en sus conclusiones… (de acuerdo, editor, es una redundancia; lo importante es que se entienda) que una pantrista es prescindible porque hace rato suspendieron la asignación de café (ese lo traje de mi casa); el jardín luce frondoso solamente bajo la antigua pajarera, gracias a las fertilizadoras cagadas de los animalitos; y los exiguos alimentos que subsisten en el almacén hay que estirarlos hasta el día 31, fecha en que cerrará hasta nuevo aviso nuestro comedor.
—¡!
—Ya sé que no han almorzado, pero esto les interesa más… Nos pusimos a escudriñar las posibles vías para pagarles, porque no sé si les dije que nadie duda del empeño… Sí, ya se los planteé. Es que yo tampoco he engullido nada hoy… Una vía podría ser el contrato por ejecución de obra. ¿Qué pasa? Que por ese conducto la erogación de circulante sería tres veces mayor que la actual…
—¡!
—Lógico que les conviene, pero yo sería literalmente ejecutado si otra auditoría detecta que ustedes ganan más moneda nacional que los ancianos del Buenavista Social Club. Otro camino es pagarles mediante derecho de autor, pero la única categoría que tenemos autorizada es la de compositores de obras musicales. Mi secretaria me sugiere proponerles que dediquen una página a publicar piezas de su puño y letra, pero no creo que a estas alturas tengan inspiración para empezar a componer…
—¡!
—Claro que derrochan talento como para inventar algún que otro estribillo, pero ¿y el pentagrama? Si llega la susodicha auditoría, tendré que irme con mi música a otra parte… En resumen, muchachos: la solución está en hacer más radical el estatus de ilegales en que se encuentran ahora.
—¿?
—Me explico: ustedes deben estar al corriente de que nos sostenemos como institución gracias al porciento que dejan los artistas de sus ingresos por concepto de presentaciones en Cuba y giras internacionales. Ese dinero se deposita en caja y va hacia el Banco los días primero de cada mes. En enero la cuantía es mayor, porque se suman impuestos, sobrecargos, dietas vencidas y algunos subterfugios que no vienen al caso. ¡El 31 de diciembre es la cosa!
—¿?
—Más claro ni el café que saborearon ahorita. Ese día ustedes asaltan la caja.
—¿?
—No hay que asustarse. En un compartimiento que ya les indicaremos va a estar, íntegro, el importe del salario de todo el año de los tres (tienen que jurarme, por sus madrecitas, que será lo único que hurten). Son billetes que no estarán incluidos en nómina, porque son robados. Yo, en persona, para no involucrar a mucha gente, me encargaré de que a la hora convenida los CVP estén entretenidos con las muchachitas de Contabilidad o viendo la novela colombiana en el televisor de la recepción. Lo hacen siempre, pero ese día no pueden fallar.
—¿?
—Sé que es incómodo cobrar una vez al año, pero mediten en que a la policía le será muy fácil dar con ustedes si saben que, invariablemente, tres forajidos vendrán cada fin de mes a vaciar la caja… ¡A vaciarla no, ¿qué digo?!; recuerden que es solo el sobre de nailon con la plata del trío, o de la banda, como quieran llamarle… Una vez al año no tiene mayor complicación, en primer lugar porque la policía en doce meses ya se olvidó del asunto, y en segundo porque de aquí a trescientos sesenta y cinco días quién quita que el país dé marcha atrás a todo y vuelvan a inflarse las plantillas. Qué más quisiera yo que contar de nuevo con una pantrista, un jardinero y un elaborador de alimentos.
—¿?
—La seguridad está garantizada (la del robo digo). A un pariente que es músico le di, con absoluta discreción, un dinerito para que traiga de México tres pasamontañas e igual cantidad de pares de guantes. De las armas ni se ocupen, que la cajera hasta con un spray de salbutamol se asusta. A la hora de huir cuenten con mi carro, al que ese día le dejaré las llaves. Eso sí, no me le hagan chirriar las gomas, que para comprarle otras tendré que acompañarlos el año que viene en la aventura. El riesgo de que los atrapen siempre estará en pie, pero ya el Combinado del Este no es el mismo de antes: fíjense que este semestre la gira por las prisiones es con orquestas bailables… Ahora vayan a lo suyo, antes de que comiencen a hacérseme sospechosos.

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