Anette Espinosa
La Habana.- Los encargados de vestir al presidente cubano y a la no primera dama tienen sentido del humor y escogen siempre lo que mejor les puede quedar a ambos. Algo así como que lo hacen con la mejor intención del mundo, pero el resultado no es siempre el que esperan. O sí. Quién sabe…
Al Hombre de la Limonada, como lo llama mi colega Jorge Sotero, le hacen trajes de cualquier color: negros, azules o grises, pero, al parecer, tienen problemas con las corbatas, y la mayoría de las veces lleva una de las dos rojas que tiene. En ocasiones lleva una azul oscura, pero las que a él le gustan son las rojas, sobre todo una que debe ser de aquellos años cuando se casó con su primera esposa, la madre de sus hijos, allá por Placetas.
Para las nupcias con Lis Cuesta, en Holguín, llevaba una corbata azul oscura, y ni él ni la actual no primera dama estaban tan gruesos. Incluso, él apenas había conocido Nicaragua y Venezuela, y ella solo había tomado un avión de Holguín a La Habana y viceversa, en apenas cuatro o cinco ocasiones.
Sin embargo, cuando la pareja presidencial conoció lo bueno que es ir por ahí, en vuelos privados, ser recibido por presidentes y generales, con alfombra roja, y hospedarse en suites de hoteles de extremo lujo, intentó dejar atrás todo aquello, pero los modistos son jodedores, insisto, y se aferran a la primera tela que encuentren para la ropa o los turbantes de Lis Cuesta.
A la holguinera, que no tiene tiempo para hacer ejercicios, como haría cualquier mujer de un presidente en el mundo, y que, en pose ridículas, no suelta jamás la mano de su marido, en lugar de caminar uno al lado del otro, como tiene que ser, lo mismo se le puede ver con un turbante de amarillo chillón o mierda de mono en Argelia, que de un verde floreado de la misma tela que han vendido como manteles de mesa en Cumanayagua o Jaruco.
Para hacer el ridículo es la primera. Y lo peor de todo es que ella se cree siempre que es la mujer mejor vestida del mundo y hasta se pavonea. Solo que siempre hay algún otro jodedor que, cámara en mano, encuentra la forma de desacreditarla.
Aunque todo eso sería secundario y nadie lo tuviera en cuenta, si al menos él supiera leer al menos sus discursos, evitara hablar en inglés y no anduviera por ahí haciendo el ridículo un día sí y el otro también.
Ahora mismo, la pareja presidencial cubana no tiene comparación en el mundo. Podría tenerla en Nicaragua, pero el Burro Ortega -no me refiero a Ariel Ortega, el centrocampista argentino al que llamaban El Burrito- y la Rosario Murillo apenas salen de Managua, donde ocupan los cargos de presidente y vice. Porque ella ya no es primera dama, ahora está más alto.