LA SOLEDAD DE LOS CUBANOS

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFELA SOLEDAD DE LOS CUBANOS

Por Jorge Sotero
La Habana.- Los cubanos andamos solos en el mundo. No tenemos a nadie que nos proteja o nos cuide, cual si tuviéramos que pagar las culpas que hemos cometido desde que nacimos como nación. No nos cuida el gobierno y tampoco lo hace nadie desde el exterior, pero eso toca explicarlo, y aunque sé que es difícil, lo intentaré.
Ante todo tengo que decir que al gobierno cubano no le interesa lo que pase con la nación, ni con cada una de las personas que la integran. Si los cubanos se mueren de hambre o se marchan por miles cada día, los gobernantes pasan de largo, porque su única misión es proteger a la familia real. Que los Castro estén bien es la prioridad absoluta.
Cuando el ya fallecido comandante estaba vivo, todas las energías del gobierno estaban centradas en mantenerlo contento, en demostrarle al mundo que éramos una isla que vivía por y para un hombre, que dependíamos de sus ideas y que las defenderíamos aunque tuviéramos que desaparecer. De esa fe casi ciega, y totalmente impuesta por los aparatos de represión y propaganda, se aprovechó toda la familia y los amigos más cercanos a la cúpula. El pueblo no importaba.

Cuando el ‘gran líder’ murió, llegó la hora de encumbrar al hermano, al segundón que estuvo casi 50 años a la sombra, pero que igual disfrutó de las mieles del poder y la buena vida. Y cuando este decidió marcharse, ya octogenario y dejó en su puesto al inepto de Díaz Canel, los cubanos seguimos solos, adorando a los Castro y su cohorte de incapaces cual si fueran dioses, infalibles, sin poderlos criticar ni cuestionarlos.
Las hordas leales al régimen estuvieron listas para reprimir cualquier conato de revuelta, aunque esta solo pidiera un poco de electricidad y algo de comida para mantener la sumisión eterna a la familia real. Jóvenes presos por centenares y cientos de miles obligados a marcharse para que la presión interna aflojara y gobierno, parlamento, y la familia Castro pudiera mantener su vida en paz.
Todo estaba contra el pueblo dentro de la isla. Y fuera, los que algunas vez pudieron hacer algo para mitigar el dolor, cerraron los ojos o se lavaron las manos. La Unión Europea, cualquiera sabe por qué, se alineó al lado del castrismo y hasta envió a La Habana a su Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, quien se abrazó con la cúpula, para dejar claro que de la vieja y democrática Europa los cubanos no podíamos esperar nada, ni siquiera un pronunciamiento.

Le lavó así la cara a la dictadura, y lo mismo hizo una y otra vez el enviado de Dios a la tierra, el papa Francisco, quien no solo realizó una visita de Estado a Cuba, sino que recibió en la Santa Sede a Díaz Canel y familia, sin preguntarle siquiera por la situación de los presos políticos en la isla. Hasta sonrió el Sumo Pontífice cuando el Hombre de la Limonada le presentó al hijastro y le dijo que era la ‘oposición en la casa’.
António Guterres, el secretario general de la ONU, acaba de pasar unos días en La Habana, una ciudad destruida, pero que a él le encanta, y a donde venía a pasar vacaciones desde que era primer ministro de Portugal, hace ya más de dos décadas.
La vida tranquila y los paraísos naturales que les ofrecía entonces Fidel Castro terminaron por enamorar al ahora mandamás de las Naciones Unidas, que prioriza al gobierno y se olvida del pueblo, de un pueblo que lo deja todo atrás, incluso a sus viejos, para irse a otros lugares en busca de la salvación, porque emigrar es lo único que salvará a los cubanos.
Y para los que dicen que solo van a Estados Unidos, por aquello de ‘los cantos de sirena’ que llegan del norte, les recuerdo que hay cubanos en Rusia, sin documentación alguna; en Haití, con la situación de violencia en aquella isla; en cualquier país de Suramérica y del mundo, muchas veces sin dominar el idioma, sin conocer leyes y costumbres, solo porque irse garantiza seguir con vida.

Y si eso fuera poco, hasta los gobiernos de Estados Unidos le han dado la espalda a los cubanos. Una tras otra, la mayoría de las administraciones estadounidenses ha preferido acoger a un poco de cubanos y, por atrás, extenderle la mano al gobierno, para garantizar su continuidad. Joe Biden ha sido el ejemplo más genuino.
Cuando peor la pasaba el Castrismo, el inquilino de la Casa Blanca abrió sus fronteras para que los cubanos encontraran refugio y para que el régimen de La Habana aligerara la presión, en uno de esos cabos monumentales que por años los gobiernos demócratas le tiraron a los Castro.

Y ahora, cuando el cubano común se muere, literalmente, de hambre y necesidades, cuando las ciudades se caen a pedazos, los hospitales no tienen médicos ni medicamentos, en medio de un alza desmedida e inusitada de la violencia, Sleepy Joe adelanta que ayudará a las mipymes con facilidades adicionales, con el objetivo de facilitarle las cosas al sufrido pueblo cubano. Pero el mandatario olvida una cosa: las más poderosas de esas medianas y pequeñas empresas, las que se van a aprovechar de verdad, son propiedad de la familia Castro, de los generales y sus hijos, o de los miembros de la Seguridad del Estado, una fuerza casi paramilitar, cercana a los 20 mil hombres, encargada de la represión.
Me he referido solo a los hombres con más poder e influencia en el mundo, a líderes religiosos, de organizaciones importantes, o de grandes potencias. Y si esos le dan la espalda al cubano común, al que sufre mil calamidades, y le abren los brazos a los sátrapas que gobiernan, no podemos menos que pensar que estamos condenados a la desaparición y a una larga agonía previa.

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