Por Joel Fonte (Especial para El Vigía de Cuba)
La Habana.- La manera que los individuos, hombres y mujeres que viven en una sociedad, tienen de aunar sus comunes intereses en cualquier área de la vida -la economía, la sociedad, la cultura, la religión, el arte, la educación, la salud- para hacerlos valer ante el resto de esa colectividad, es agrupándose en estructuras organizadas, a través de las cuales procuran acceder al Poder político, que les permita entonces convertir esas aspiraciones en Leyes para toda la nación. Esa forma de organización política se denomina Partido.
Así pues, una sociedad democrática, inclusiva, abierta a la tolerancia, a la aceptación de las más diversas corrientes de pensamiento por cuanto estos reflejan derechos que se persiguen, no puede impedir la creación, organización y funcionamiento de tales partidos políticos. Cuando ello ocurre, se está inequívocamente ante una dictadura. Y han habido a lo largo de la historia de todas las corrientes ideológicas.
La dictadura del comunismo, en particular, postula como lícita la existencia de un partido único -el del proletariado- a expensas de la prohibición de tal pluralismo democrático y por consiguiente del silenciamiento de la voz de esos otros millones de seres humanos condenados a vivir bajo tales regímenes.
Como rasgo adicional, el régimen comunista se apropia del aparato estatal y del Gobierno y establece así un rígido sistema de colectivización y control sobre la vida de los habitantes del país -que pierden la condición de ciudadanos- , que va desde esa exclusión de la vida política hasta el control sobre lo que come o bebe cada persona.
En esos regímenes comunistas -los ejemplos más extremos del mundo contemporáneo, sobrevivientes de la guerra fría, son la dictadura castrista en Cuba y el régimen norcoreano en el continente asiático- el hombre pierde gradualmente toda su dignidad, toda conciencia de su naturaleza humana, de su individualidad, para pasar a ser rehén de ese aparato del Estado controlado por el partido único que -a su vez- es fuertemente dirigido por un caudillo.
Esos hombres, investidos de un poder incontrolado, absoluto -por cuanto todas las estructuras del Estado, como los tribunales, las fuerzas militares, administrativas, se le subordinan- terminan por corromperlo todo, llevando a la sociedad a un Estado de perpetuo inmovilismo.
La figura reaccionaria del Genio, del Dictador, del Líder, pasa a ser causa de la decadencia económica, social, y moral, y el drama se agudiza adquiriendo proporciones de catástrofe humana.
En ese contexto, ocurre lo que la propia historia nos muestra: contra toda la omnipotente y omnipresente fuerza de ese aparato criminal en el Poder, los hombres terminan por generar conciencia de la necesidad de su eliminación y buscan alternativas de lucha.
En la Cuba de hoy se hace más visible que nunca -a pesar de todos los esfuerzos del Castrismo para mostrarse fuerte, entre los que se cuenta el aumento de la represión- que estamos viviendo los cubanos esa fase de lucha incrementada -aunque aún desorganizada- frente a la decadente persistencia de un régimen que ha perdido todo apoyo consciente de sus anteriores aliados hacia el interior y el exterior del país.
Por eso, y mucho más, Cuba será libre. Depende de nosotros.