Por Jorge Fernández Era
La Habana.- Ayer comentaba con Laide la cantidad de ocasiones en que me abordan amigos y no logro descubrir de dónde los conozco. Las más de las veces ella sale en mi auxilio, pero tiene que hacerlo cuando la persona se ha alejado. Entonces no me perdono ser poco cariñoso o desempeñar mal un papel disimuladamente comprensivo.
No es efecto de la edad, me ha sucedido siempre. En eso tiene que ver que clasifico quizás como el humano que ha pasado por más centros de estudio y de trabajo. Entre los primeros la Vocacional Lenin. Estar allí me garantizó cruzarme con cuatro mil quinientos estudiantes que se renovaban anualmente y cientos de profesores o trabajadores de servicio. Mi carrera universitaria, de tan larga y angosta, hizo que conociera a burujón de gente en los cinco años como aspirante a ingeniero y arquitecto en la Cujae, y en otros tantos para llegar a periodista en la Colina.
Centros de trabajo: más de treinta. Solo en uno el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello duré casi una década. En los demás no pasé de tres años, algunos los llevé al unísono en multioficio congénito. Podrán imaginar la cantidad de seres con los que he hecho amistad. Súmenle aquellos que, gracias a las redes sociales, se identifican o no con las cosas que escribo. Me paran, conversan con efusividad, y no recuerdo qué les escribí o me escribieron.
«Dime tú» lo escribí mucho antes de llegar a la tercera edad, de tener un móvil y de hacer humor y periodismo digital. Demuestra que el despiste, la desorientación, el limbo vienen de atrás. Que no es pesadez que ustedes me saluden mañana, comenten sobre el particular y no recuerde lo que escribí hoy.
DIME TÚ
Dime si no te ha pasado que alguien te saluda en alguna parte y tú sabes que sí, que en algún recodo de tu vida tuviste que ver con él, pero no sabes responder si fue vecino tuyo, si estudió contigo en la universidad, si fue compañero de trabajo o si te liaste con él a piñazos por algún asunto sin importancia. Y entonces le devuelves el cumplido y le preguntas: «¿Sigues allí?» para ver si el tipo muerde y te da un norte sobre dónde coincidieron alguna vez.
Dime si en el ómnibus o en el mercado o en el cine alguien se dirige a ti con una palabra amable o un exabrupto y tú crees que es contigo, pero el verdadero aludido está más allá y te has cogido lo que no está para ti, y la pena te hace sentir como un comemierda, no importa si te trataron bien o si saliste de allí con un moretón en la cara.
Dime si en tu trabajo, en cierta ocasión, tomaste la palabra en una asamblea para plantear algo para ti trascendente, y te aplastan minutos después y te lanzan en pleno rostro que ya eso fue dicho antes de que llegaras tarde como siempre, o que eso no es asunto de esta, sino de aquella reunión en que te quedaste callado o dormido.
Dime si caminando orondo por el centro del parque o de la avenida te crees esplendoroso con el último peinado que te inventaste o con el perfume que compraste la semana pasada, y te regalas una sonrisa pensando que la gente te mira por eso y no porque te cayó una cagada de pájaro y no te has dado cuenta.
Dime si no has abierto un libro y te encuentras un pasaje donde el autor te restriega que eres un imbécil, uno más que va por la vida haciendo el ridículo para ser pasto de escritores que creen sabérselas todas.
(Tomado del muro de Facebook de Jorge Fernández Era)