Por Jorge Luis García Fuentes
La Habana.- Muchos ex-habitantes de La Habana, al marcharse del país, suelen sentir nostalgia por las pizzas habaneras, por aquella receta de pizza vagamente napolitana, horneada sobre un plato de latón, con los bordes quemados y dobladas al medio, como un taco.
Al volver este verano, uno de esos mediodías en que hacía falta resolver rápido el almuerzo para la familia, quise comprobar si la realidad le hacía honor al recuerdo, y me fui a uno de esos puestos próximos al Lido, casi llegando a la Liga contra la Ceguera, justo donde mueren los restos de la antigua línea del tranvía. Rodrigo me recomendó esas, dando fe de que eran las mejores de la zona. Según su parecer, y usando una frase (quizás local, que ya no comprendo), las otras, más cercanas a casa, estaban «bien majá».
Con un costo de 150 pesos cada ejemplar, 200 con doble queso, ya me parecía cosa exorbitante —cuando me fui costaban sólo 10 pesos—, pero ya estaba al tanto de la inflación ridícula nacional y simplemente me puse en la cola, aguardando con paciencia mi turno de llevar a casa unas cinco de esas (mil pesos, ajá), efectivamente dobladas encima de papeles reciclados, marcados con sellos de una escuela secundaria.
Al probarlas, con suficiente apetito a esa hora, sentí sin embargo que la imagen idealizada que tenía de tales pizzas vernáculas se me hacía pedazos sin remedio. Sé que por La Florida existen pizzerías con versiones similares para cubiches nostálgicos, pero esas nunca las probé y, francamente, ya ni ganas me quedan de hacerlo alguna vez.
Parece que mi estómago se volvió algo majadero, y aquella pizza de Marianao no le cayó muy bien. La grasa chorreante y el queso en la frontera de lo rancio —doble queso, para colmo—, me tuvo con agruras por tres días.
Llegué a la conclusión de que nuestra cabeza registra placeres según el contexto y el momento. Quizás en medio del hambre y la ausencia de opciones, aquellas pizzas mediocres nos parecían manjares. Así las guardamos en nuestra exiliada memoria, como las mejores pizzas del mundo. Se nos hace agua la boca recordando las orillas tostadas y la masa esponjosa chorreando grasa, así como por mucho tiempo seguimos creyendo que no había mejor helado en el mundo que el Coppelia.
Ya de regreso al mundo real, en el casi religioso viernes de pizza con six de cerveza, pedimos a domicilio una de esas a Little Caesars, simple, normalita, de pepperoni con bordes rellenos… Y como una epifanía recordé el sentido de haberme largado de allá pal carajo.
(Tomado del muro de Facebook de Jorge Luis García Fuentes)