Por Fernando Clavero
La Habana.- Yosenqui García fue un puntal de los equipos cubanos de voleibol. Defendió los colores, incluso, de aquella escuadra que ganó la Liga Mundial en 1998. Todavía recuerdo los magistrales relatos de René Navarro y aquello de «balón que sube… balón que baja Yosenqui».
Pero un buen día Yosenqui desapareció. No se quedó en el exterior, como hicieron otros antes y después. Desapareció, porque al regresar de una gira europea en la que muchos abandonaron la delegación, el aparato represivo de la tiranía tenía que presentar un culpable y unos castigos, y el que regresó, o uno de ellos, pagó los platos rotos.
Desde entonces no supe más del atacador central, nacido en Pinar del Río, pero ayer me encontré una entrevista que le realizara Daniel Martínez para Trabajadores (ver aquí), en la que pone al descubierto la situación del ya exvoleibolista, que parece una sombra del hombre que fue hasta no hace mucho. Incluso, con secuelas físicas por la adicción al alcohol, y dos intentos de suicidio que no oculta.
El otrora campeón de la Liga Mundial es un harapo humano. Anda mal, tiene complejos, vive en la más absoluta pobreza, sobre todo por desaprovechar las oportunidades. Y esas oportunidades no estaban en Cuba, porque la mayoría de los deportistas cubanos, una vez que se retiran, sucumben al entorno, a un sistema que no les garantiza nada para tener un nivel de vida más o menos digno. Y Yosenqui es uno de ellos.
Hace unos años, iba de La Habana a Martí, donde viven mis abuelos, y cuando me bajé en Máximo Gómez para una merienda para mis hijos, me vino encima un hombre de dos metros, de unos 55 años, para que le diera 10 pesos, que se moría de hambre. No sabía quién era, pero le di los 10 pesos, que en aquel momento y en aquel lugar, equivalían a dos pizzas.
Juan Zulueta, el otrora baloncestista de los equipo Cuba y Matanzas, tomó los 10 pesos y se compró, delante de mi, una botella de ron. Era un alcohólico y su vida corría peligro. Andaba sin zapatos, porque para su número no había calzado en Cuba, y la ropa estaba raída y apestosa.
Ningún medio oficialista habló nunca de esas cosas hasta ahora, hasta que el periodista Daniel Martínez, no me explico aún cómo, trae a colación lo de Yosenqui García, que no es ni por mucho el único. Por ahí están las historias de Armando Capiró, que vendía coquitos por Boyeros. Y era el cuarto bate de los Industriales y del equipo Cuba, y pudo ganarse la vida y asegurar el futuro en cualquier liga del mundo. Y no lo hizo.
Lo mismo pasa con Abel Sarmiento, tal vez el más completo de todos los voleibolistas que he visto en mi vida, de cualquier país. Parece un mendigo en La Habana. Flaco, demacrado, con olores extraños y ropas sucias y desvencijadas. Ese es el premio que se llevó un hombre que pudo militar en cualquier club profesional del mundo y asegurarse la vejez plácidamente, pero decidió vivir en Cuba, con su gente. Y mira…
Hay más. Félix Morales, por ejemplo, da lástima. El gigantón noble, virtuoso, decente y caballeroso que puso en alto el nombre de Cuba, es apenas una sombra del que fue. Anda por ahí, mustio, quebrado por los años y el abandono. Y hay fotos.
Recuerdo que hace unos 15 años, la mejor baloncestista que ha dado Cuba en su historia, Leonor Borrel, vendía croquetas en la feria de La Rampa, sin opciones de hacer otra cosa, porque era un mal ejemplo, solo porque su hermano Lázaro había dejado el país para intentar jugar en la NBA, a donde llegó pero sin mucho éxito.
También leí, no hace mucho, una entrevista a Osvaldo Lara, aquel velocista que ganó plata en los Juegos Olímpicos de Moscú, en la que decía, entre lágrimas, que se habían olvidado de él. No reclamaba el sprinter que lo llevaran a correr a alguna parte, sino que le devolvieran un poco de la gloria que le dio a su país.
De los peloteros, ni hablar. Solo que muchos, entre ellos Agustín Marquetti, Lázaro Vargas, Lourdes Gurriel y Antonio Pacheco, por citar algunos, tomaron camino del exilio tras el retiro y el abandono. Esos viven ahora en Estados Unidos y llevan una vida digna, mientras los que se quedaron en Cuba se mueren de sufrimiento, agobiados por la nostalgia y el alcohol, donde encuentran escape a todos sus problemas, que muchas veces son más grandes que los cubanos comunes.
Por eso, cada día se van más deportistas en activo, y también retirados, como los avileños Yorelvis Charles o Roger machado, los dos últimos managers del equipo de aquella provincia; José Ibar, Carlos Tabares, Enrique Díaz o Gabriel Pierre, por mencionar solo algunos.
Mientras esos tienen luz larga y escapan, otros se mueren muy jóvenes, de enfermedades curables o víctimas de la violencia, como sucedió esta semana con Eliecer O’connor, un infielder de Villa Clara, que fue acuchillado hace dos días en Santa Clara.
Lo de Yosenqui García es una prueba más de que hay que irse de Cuba. Si eres deportista y sales del país, hazlo ya, Quédate en el primer puerto, abandona y garantiza tu vida. Y si ya te retiraste, piénsalo y márchate igual, porque este país, el tuyo y el mío, no tiene futuro.