LOS EUFEMISMOS COMO EL ARMA MÁS RECURRENTE

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFELOS EUFEMISMOS COMO EL ARMA MÁS RECURRENTE
Por Joel Fonte
La Habana.- El eufemismo, como se sabe, es un recurso empleado para nombrar aquello que podría resultar ofensivo o malsonante de un modo más «suave»: es una herramienta para «aderezar» la verdad.
Así pues, no fue un filólogo, u otro estudioso de la Lengua, quien lo reinventó como arma, sino el propio Castro.
Ahí fue un vanguardista, un Decano…
Y como el déspota predicaba con el ejemplo… empezó por él mismo: se hizo llamar «el comandante en jefe», «nuestro máximo líder», «el líder indiscutible de la revolución», «el líder invicto…», y un sin fin de títulos grandiosos más, cuando en realidad usurpó el poder del Estado  -cuya constitucionalidad antes había quebrado también Batista-  mediante un movimiento militar.
A eso, en derecho y en política, se le llama simplemente ser un golpista y usurpador violento del Poder.

Y así siguió: comenzó bien prontamente robando las propiedades de todo el gran empresariado cubano y foráneo que había convertido a Cuba en un país próspero, que crecía, para terminar nueve años después arrebatándole la fonda o hasta el sillón de limpiabotas a un pequeño emprendedor que con eso sostenía a su familia.

A ello el émulo de Stalin, de Lenin, y de todos los grandes promotores de la «lucha de clases»  y del «odio como arma» lo nombró «nacionalizar»…

Luego vino, con la magníficación de su imagen, la generación de una aberración tras otra en la sociedad, la cultura, la religión, la educación, la economía. En esta última, lo más descabellado va desde la «desecación de la ciénaga de zapata», el «cordón de la Habana», hasta la «zafra de los 10 millones»… Fueron tantos sus absurdos, sus fosos creativos, que llegó a hablar de una vaca -Ubre Blanca- como de una precursora del comunismo…

A toda esa mediocridad intelectual y vergonzoso empleo de la fuerza del Poder para imponer la voluntad y el capricho, se les nombró eufemisticamente, sazonadas de llameante admiración «revolucionaria» , como «las ideas del comandante en jefe»…
Son las mismas «ideas» que constituyen la génesis de nuestra tragedia pasada y presente.
Pero por supuesto que no paró ahí; los eufemismos emergian de la garganta de Fidel Castro con cada nueva orgía de autoritarismo: a la huida pánica e incesante de millones de cubanos escapando de la esclavitud y el caos que impuso con su bota, la tildó de «emigración ilegal incentivada por el imperialismo…», advirtiéndole a los que huían «que se vayan, no los necesitamos»; a la imposición de la dictadura de un partido único y de un régimen comunista a una sociedad occidental que jamás lo deseó -aprovechando el acrítico apoyo de que gozaba en los primeros meses de su régimen, y al frustrado desembarco de cubanos por Girón que desató la euforia de sus ciegos seguidores- le llamó «la construcción de la nueva sociedad y del antimperialismo…».

Y así, a matar de hambre a millones de cubanos durante los años ’90 -con una buena suma de más peldaños de intensidad en el concepto «hambre» porque esa nunca ha sido satisfecha bajo la monarquía de su apellido-, a dejar ciegos o con secuelas físicas y psicológicas a decenas de miles para defender los privilegios del Poder, SUS privilegios, y pretender ocultarlo con polivit, multivit y más y más mentiras, le llamó Castro «periodo especial» y proveer «suplementos vitamínicos»…

También está la definición de «bloqueo» a las medidas unilaterales y soberanas de embargo económico -estudiese lo que cada concepto implica- que el gobierno de los EE.UU. adoptó como respuesta al robo de propiedades de sus ciudadanos por la naciente dictadura castrista que 64 años después persiste.
Ese eufemismo de «bloqueo» ha sido el pretexto absoluto del castrismo para justificar sus propias  incompetencias como administrador de los recursos enormes del país y sus  repetidos crimenes contra el pueblo cubano.
Y estuvo aquel desenfrenado gasto de millones de pesos para mantener entretenidos a los cubanos todos los fines de semana con «tribunas abiertas» para «salvar a Elián», o para que «devolvieran» a los «5 héroes», y marchas masivas y «combatientes», y actos y más actos que ese mismo desvergonzado eufemismo que tiene el régimen como esencial instrumento de manipulación llamó «batalla de ideas».
Esa «batalla…» hizo millonarios a muchos corruptos castristas que supieron aprovechar el «momento histórico…».
No son pocos  de ellos  -o sus herederos- los que hoy viven o viajan por el extranjero, o son los nuevos ricos, dueños de MIPYMES que lavan dinero y abofetean nuestra dignidad como nación.
Así, siguiendo la misma línea de mentiras, Cuba no es controlada por un grupo de jerarcas militares -en cuya cúpula está Raúl Castro- que componen mayoritariamente el buró político del partido comunista, que han tejido tentáculos sobre la economía, la sociedad, y deciden arbitrariamente nuestras vidas como naipes, sino que en Cuba somos «guiados» por la «sabia dirección de la revolución…».
Y no olvidemos los ataques ambientalistas del arrogante dictador, sus poses de velador de la humanidad, y cómo comenzó a quitarle televisores y refrigeradores a nuestra gente como condición para venderle equipos de bajo costo chinos y calderos vacíos a precios descomunales, que muchas familias de maltrechos recursos aún están pagando…
A ese timo gritado y cantado Castro, en su inagotable locuacidad, le llamó «revolución energética»…

El castrismo -que rebasó a su gestor- define también al indetenible aumento de la marginalidad, de la pobreza extrema y de la tragedia que han vivido los cubanos por décadas como una «situación coyuntural», y a sus incesantes víctimas como «personas en situación de vulnerabilidad».

O sea, según ese discurso infame reproducido por cobardes mercenarios sin alma que son llamados «periodistas», aqui no hay pobres, indigentes, personas muriendo de hambre, durmiendo en las calles o comiendo de la basura; aquí hay solo «vulnerables»…
De tal modo, Raúl Castro -el sostenedor de esa «política» desenfadada de la mentira pública- que vive en una enorme mansión de Jaimanitas, en Playa, y tiene todo lo que un jeque árabe envidiaria, no es un  «vulnerable», pero tampoco un revolucionario devenido déspota-sucesor-millonario: no; a Raúl Castro los eufemismos castristas lo definen como «el líder vivo de nuestra amada revolución»…
Pero el que sin dudas es el más grande eufemismo de la historia del castrismo es el término «revolucionario». Ser revolucionario aquí es exactamente lo contrario del concepto: significa ser dócil, obediente, permanecer callado, inmóvil ante cada nueva injusticia de que se nos hacen víctimas como nación y como individuos. Ser revolucionario por mandato del Zar caribeño significó e implica aplaudir a un hombre que corrompió el pilar de una sociedad, la familia, sembrando la fractura y el odio entre padres e hijos, entre hermanos, ideologizando, adoctrinando e imponiéndose por encima de todo, instituyendo la idolatría, el lacayismo, la adoración a su figura como una filosofía de vida colectiva…
Y ser «revolucionario» significa, en ese entramado oscuro de eufemismos manipuladores, apoyar por sobre todo a la «revolución»; una «revolución» que es en realidad un ente concentrado he hechos y actos reaccionarios.

Los ejemplos son interminables: «reunificación monetaria», o «reordenamiento económico», para ocultar una cruel y masiva dolarización; «actualización del modelo económico», para omitir la orientación de la economía hacia el mercado, la instalación de una oligarquía vinculada al Poder único y la masificación de una miseria espantosa; «compromiso de honrar la deuda con los acreedores» para manipular la verdad de que el Castrismo le debe miles de millones de dólares a decenas de gobiernos e instituciones financieras, que no tiene credibilidad como deudor, y que con su incompetencia y corrupción han comprometido el futuro de Cuba por muchas generaciones…

Pero aquí tengo los tres últimos eufemismos «socialistas»:
La invasión genocida de Rusia a  Ucrania, que ha costado ya, según múltiples fuentes, la vida de más de medio millón de ucranianos, entre militares y civiles, y que el mismo régimen que servilmente se arrastra desde los pies de Putin hasta su bolsillo buscando dádivas llama eufemisticamente «guerra», «conflicto», u «operación militar especial»,  para restarle la naturaleza asesina a esa agresión. Se constituye así en cómplice de asesinos y suma el Castrismo otro crimen a su ya larga lista.

Luego, está la definición de «presidente» a un ventrílocuo amorfo, vacuo,  cuyas únicas funciones han sido servir de dócil criado a esa cúpula en el poder, -de lo cual él ha sabido atrapar las migajas que se le arrojan, o que consigue por cuenta propia…-,  y servir a la vez de diana -merecida además- del desprecio y hasta el odio que se ha avivado y desviado hacia él desde la mayoría de los cubanos.

¿El último de los eufemismos?:  «bancarización». Ese concepto define el robo del dinero de los cubanos como una «necesidad del país», como un «imprescindible paso a la tecnología y al desarrollo…»
Es el ejemplo más acabado -si hiciera falta otro, que no hace falta-  de que para la dictadura castrista no hay límites, barreras, y que son capaces hasta de robarle a los ingenuos ahorristas o asalariados-esclavos que guardan su mísero dinero en bancos que funcionan como un bolsillo grande del ladrón mayor.
Los gallegos, canarios, navarros y otros tantos  laboriosos españoles asentados aquí describieron tempranamente asi a esos adictos a la estafa cuando comenzaron a arrancarles las propiedades que habían alcanzado con tanto sudor en este lado del Atlántico, tras su huida del Franquismo: «los comunistas de Castro?; le roban hasta a su madre…».
Y así mismo definió la «bancarización» castrista un octogenario y agotado anciano, decepcionado frente a un cajero sin dinero, a donde llegó tras más de dos horas de espera para cobrar su miserable pensión, y cuya imagen y palabras como puños de acero me empujaron a escribir MIS VERDADES aquí: «esto es un robo; este gobierno es un ladrón… son delincuentes que nos mienten y escupen a la cara».
Y dijo más… sin que nadie se atreviera a interrumpirlo, para luego irse arrastrando los pies, y alisando con manos nerviosas los últimos cabellos blancos anclados en el cansado cráneo.
Basta de tolerar injusticias. No más temor. No más dictadura en Cuba.

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