Por Alexis Ardines
Miami.- Hoy, al cumplir 57 años, no hay forma de jugar con el número ni hacerlo verse más joven. El cabello cae y no hay líquido milagroso que lo pare. Ya puedo escuchar las risas de mi hermano, El Tigre Miranda, diciendo que “otras cosas caen tambien”, pero para eso ya hay remedio. El Tigre también soplará velas en breve.
Llegados a este punto, sobra ropa en el armario, y el espejo se ha vuelto un crítico diario. ¿Rasurarte? Eso es de todos los días, y ni hablar de esos molestos pelos en las orejas y nariz. Todo esto se intensifica cuando eres Picky, como lo soy yo. Mi mujer y su prima siempre bromean con eso, diciendo que mi pequeno ahijado va por el mismo camino.
Pero cumplir años, a pesar de las canas, libras y arrugas, es un regalo. Y como bien dice mi primo Miguel Ángel, el que también celebra hoy: «Primo, todos tus problemas se resuelven comprándote una talla de más».
Mi relación con Miguel Ángel es única. Somos más hermanos que primos. Recuerdo esos días en Cabaiguan, en la casa de tía Amada, lugar donde nacimos y crecimos soñando. Pero él hoy no cuenta años, sino sus primeros siete en los Estados Unidos. Desde siempre, «La Yuma» fue su sueño, y pasó años maquinando cómo cruzar el charco, conmigo muchas veces de cómplice, como aquella vez que pasamos una semana durmiendo en un colchón de cuna con los cangrejos de Caibarién trozándonos los dedos de los pies.
Yo había dejado Cuba a mis 35, y quise volver a los 50, para celebrarlo con mi madre (la foto es de esa fecha frente al hospital materno de Cabaiguán, donde mi viejita me trajo al mundo), y el dia de mi cumpleaños regresar a compartirlo con mis dos hijos en Miami. Pero Migue tenía una sorpresa: visas para él y Elenita, su esposa. Y ellos querían volar conmigo de vuelta a Estados Unidos.
Aquellos días en Cabaiguán fueron inolvidables, pero el viaje de vuelta lo fue aún más. En el aeropuerto, el silencio de Migue y Elenita era palpable. Pero para mi sorpresa no era el adiós lo que les quebraba: “Primo, el problema es que nunca hemos montado en avion”. Y ese vuelo se convertiría en el principio de una nueva vida para ellos en «La Yuma».
Poco despues Miguel Angel volaba apretujado entre su mujer y yo, con la ventanilla cerrada, y dandonos apretones cada vez que cruzabamos por alguna turbulencia. Tras convencerlo de mirar a abajo durante la maniobra de aproximación a la ciudad, y sorprendido por el carmelita cenizo que tiñen la vista de los Everglades desde el aire me miro y me dijo: “Primo, hasta esos pantanos me gustan”.
Hoy, siete años después, celebramos con cariño mi cumpleanos y aquel vuelo. Y aunque los años no perdonan y las canas y libras se acumulan, siempre hay espacio para una talla más, para un sueño más, y para seguir construyendo historias en esta tierra que, aunque distinta, nos ha acogido como a sus hijos.
(Tomado del muro de Facebook de Alexis Ardines)