Por Héctor Miranda
La Habana.- Alejo Oreilly era un salvaje. Un bateador tremendo y un tipo humilde como pocos. En la historia de Quemado de Guines pocas personas han sido tan queridas como él. Por años, nadie le dio más alegrías al pueblo que el hijo de Belleza, el carnicero.
Alejito, así, en diminutivo, porque su padre se llamaba igual, le dio títulos provinciales a Quemado de Guines, ayudó a ganar a Villa Clara, a Las Villas y hasta al equipo Cuba, en tiempos en que los niños y los jóvenes de entonces nos creíamos que la pelota nuestra era la mejor del mundo. Y si no lo era, para mí Alejo fue el bateador más temible que vi.
Si el pitcher la tiraba por ahí, Alejo siempre iba a conectar. No importaba que fuera Vinent, Rogelio, Julio Romero… para él no había pitcher complicado, porque, además de mucha fuerza, tenía muy buen contacto. Y así fue siempre hasta que él, por esas cosas que pasan, se fue a Ciego de Ávila, y Quemado tuvo que inventarse otros ídolos.
Acabo de leer un post de René Arocha con el anuncio de su muerte y me vienen a la memoria algunos momentos que voy a compartir con ustedes.
A principios de los 80, no recuerdo el año exacto, cuando el equipo de Quemado jugaba fuera, siempre iban algunos camiones con los fanáticos en aquellas famosas comisiones de embullo. Yo no me perdía uno de esos viajes, aunque tuviera que ir de pie y sufrir el calor insolente o los torrenciales aguaceros de la primavera y el verano.
Uno de esos días nos fuimos a Manicaragua. Quemado estaba arriba y no podía perder. Manicaragua también peleaba por el título, lo mismo que la Santa Clara de Luis Jova y Juan Mesa, o el Corralillo de Nivaldo Pérez, los hermanos Manzano y el temible Molino, cuyo nombre no recuerdo.
Quemado tenía que ganar y mandó al box a Guayabo (Rafael Berrío), que ese año o al siguiente hizo el Villa Clara. Y por Manicaragua, otro de series nacionales, Arístides García. El partido iba parejo, pero en un santiamén Quemado llenó las bases y le tocaba a Alejo.
Yo estaba con Macho Moya en medio de un graderío enardecido. Los fanáticos le gritaban desde la grada al manager que pasara a Alejo y le lanzara a Guayabo, que además de pitcher era muy buen bateador. Una base intencional significaba que Quemado se iría arriba, pero, al menos, era por una carrera. El director de Manicaragua corrió el riesgo mayor: se dejó llevar por el pitcher, que quería lanzarle a Alejo y este la mandó mil pies por el right field.
El público le gritó de todo al manager, pero acto seguido también la sacó Guayabo y recuerdo que el entrenador se paró frente a la grada y dijo algo así: ¡Díganme qué hago ahora! ¿No se dan cuenta de estos negros batean con cojones?
Un año después, más o menos, unos muchachitos jugaban con una pelota hecha de medias en la calle de la secundaria, que por entonces -si mal no recuerdo- era de tierra. El bate era un palo un poco más gordo que el de una escoba. Por allí pasó Alejo y los muchachos le fueron arriba a saludarlo. En lugar de irse, dijo que quería jugar. Y jugó. Fue al campo, hizo los deberes, pero cuando le tocó batear se acercó a la cerca de la secundaria, donde el jardinero había dejado una guataca. La cogió, con el pie le sacó el hierro y casi desaparece aquella pelota de medias. Estaba feliz, cual si hubiera sido un niño más.
Cuando estudiaba en la Universidad no me perdía un partido en el Latino. Por entonces, cuando no jugaba Industriales, lo hacía Metropolitanos. Una tarde jugaba Ciego de Ávila y cuando terminó el partido lo esperé para saludarlo.
-¿Qué dice la gente de Quemado? -le dije.
-¿Quemado siempre se extraña, verdad? -me dijo, y luego hablamos un rato en un corrillo en el que estuvo también Ernesto Baró y Orosmany Rivero.
Ese día me confesó que alguna vez iba a volver a Villa Clara, aunque tenía claro que no sería para jugar. Hace un año o un poco más, un amigo me dijo que había permutado su casa de Ciego de Ávila para Santa Clara, o había vendido y comprado.
Ahora mismo me duele su muerte, pero me place saber que fue en Villa Clara. Tal vez porque creo que fue lo que siempre quiso. EPD, campeón.
(Crónica tomada del muero de Facebook de Héctor Miranda, escrita en 2022, tras la muerte de Alejo Oreilly)