Arnoldo Fernández (Facebook)
Contramaestre, Santiago de Cuba.-Vivo muy cerca del primer acueducto que tuvo mi pueblo, pude verlo cuando niño. Lo acompañó una fábrica de hielo, grandes almacenes para el beneficio del café, un aserrío y una chapapotera para asfaltar las calles.
Éramos muy felices con el acueducto, pero un día decidieron arrancarlo, incluso, no dejaron nada de lo que alguna vez distinguió nuestro barrio. Vimos irse la fábrica de hielo, la carpintería, la chapapotera, los almacenes fueron demolidos.
Los que se llevaron todo, prometieron un acueducto moderno, una planta de asfalto, un aserrío eléctrico, una adelantada fábrica de hielo, un círculo infantil y un cabaret para la recreación sana del pueblo.
Antes teníamos el agua desde el mismo río Contramaestre, la gente cuidaba el afluente como gallo fino.
Con tristeza sólo nos queda reconocer que el modernísimo acueducto nunca lo vimos llegar, así que cualquier metáfora para nombrar nuestra orfandad ante algo tan vital, como el agua, se queda pequeña. Decir que pasamos trabajo para almacenarla en nuestras casas, es muy poco, ni el infierno de Dante es comparable con nuestra desdicha.
De todas las promesas que le hicieron al barrio, sólo cumplieron la del círculo infantil y la del centro recreativo; las demás, volaron como Matías Pérez.
La historia, con sus recuerdos, llega y golpea muy fuerte.