Por Fernando Clavero
La Habana.- Conocí a Raúl Hernández Novás cuando estudiaba yo en la Universidad de La Habana y me escapaba al mediodía a la Biblioteca de Casa de las Américas. Allí me lo encontraba siempre, rodeado de libros, copiando a mano textos que nunca pude ver.
Luego lo volvía a encontrar en el comedor de la Residencia Estudiantil ubicada en F y 3ra, en El Vedado, a unos metros del Malecón. Era un hombre altísimo, de esos que impresionaban por su tamaño y por la nobleza de su mirada. Y era taciturno y muy callado. Costaba sacarle una palabra.
Tantas veces coincidimos en la biblioteca y en el comedor de F y 3ra, que llegamos a cruzarnos algún saludo, que no iba más allá de un «Hola», hasta que un día regresaba yo de un partido de béisbol en el estadio de la Universidad y coincidí con él, que salía en ese momento de hacer sus copias diarias e iba a almorzar algo, en uno de esos mediodías insolentes del llamado período especial.
Me hizo algunas preguntas, en una conversación animada que duró hasta que llegamos ambos a la entrada de la beca. Allí nos separamos. Él entró al comedor a su almuerzo diario y yo me fui a darme una ducha para quitarme el sudor de encima y regresar a comer lo que hubiera en aquel lugar.
Desde entonces nos saludamos amigablemente siempre. Pasamos del «Hola» de antaño a alguna conversación ocasional, pero sin ir mucho más allá. Muchas personas, amigos incluso, cuando me veían saludarlo me preguntaban quién era, porque llamaba mucho la atención por su estatura, por permanecer callado todo el rato y por sentarse siempre en el mismo sitio, en la última mesa al final, a la derecha, del referido comedor.
Un día no lo vi más, y poco después supe que se había suicidado. Tenía 45 años. Había perdido a su madre, no le había ido bien en el amor, y terminó por darse un tiro con una vieja pistola de la familia, para, supuestamente, acabar con aquella depresión que lo corroía. Era 1993.
Dejó, eso sí, importantes libros, entre ellos Da Capo, Enigma de las aguas, Los ríos de la mañana, Embajador en el Horizonte, Animal Civil, Sonetos a Gelsomina y los póstumos Atlas salta y Amnios.
Acá le dejamos un poema suyo, como homenaje a un gran poeta, un buen hombre y un gran cubano que perdimos hace 30 años:
En las tardes medrosas
en que no llama nadie a la puerta
y no suenan los timbres y la casa
es un gran frigorífico lleno de silencio
en estas tardes que gravitan sobre los parques
impidiendo la vida y los juegos
-tardes que pesan como un fardo hiriente
sobre los hombros de la estatua inmóvil-
en medio de esta lluvia que no cae y moja
los huesos tan desnudos en la ausencia de voces
sin nadie en mi experiencia I think of you Billy
yo también pienso en ti Billy
reconstruyendo mis memorias de piedra
tan pesadas como fuente de sangre
y no tengo nada que decirte porque no llama nadie
y no hay nadie en mi experiencia
Quizás jugamos en el mismo parque
un teléfono mudo entre nosotros
un eléctrico hilo que devano temblando
trabajando en la blanca rueca de la distancia
la senda en cuyo fin cae una nieve triste
un vuelo de pájaro callado
un empeño de ave que emigra
viste con tierra de Wisconsin mis huesos al garete
un telegrama que las aves llevan y entre nosotros
no más una vitrina luminosa
que yo atravieso sin romper los vidrios