Por Jorge Sotero
La Habana.- Mis amigos fotógrafos siempre insisten en lo mismo, en aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Y a veces esa foto no tiene que ser fruto de una super cámara, con un lente sofisticado, para que quede como un documento de inapreciable valor. Basta con representar un instante, una situación cualquiera, un momento que perdurará en la historia y servirá para probar algo.
La foto que ilustra este texto me la encontré en las redes. No sé donde la tomaron, ni quién es su autor, pero desde que la vi me provocó sensaciones raras, porque es otra prueba evidente de la debacle del sistema que impera en Cuba desde hace 64 años. Y se presta para muchas lecturas. Pero vayamos por parte.
En ningún lugar del mundo, civilizado o no, aparece un letrero así en la entrada de un sitio donde se venden cosas, incluidos los alimentos. En un cartón, que antes debió haber sido un mueble, o un pedazo de puerta. Hasta en las naciones más pobres aparecería una impresora y un papel blanco para anunciar algo. En Cuba, no. No es posible, porque no existen las impresoras, no hay tinta, y mucho menos papel.
No hay yogurt para los niños de siete a 13 años. Pero ese yogurt no es el tradicional, hecho de leche de vaca, natural o de sabores, ni viene envasado en potes, pomos, guardados en cajas, convenientemente esterilizados, refrigerados… No. Es yogurt de soya, que en el mundo también se consume, pero exquisitos y sin que deje esa sensación de basura en la garganta, o arena, que produce el cubano.
Además, lo envasan en unas sucias bolsas de nylon, que meten en unas cajas, en vehículos sin refrigeración -que pueden ser hasta tractores- y que llegan a las bodegas infladas, a punto de estallar, con gusto ácido, razones suficientes para no dárselo a los niños, a los ancianos, ni a nadie en casa. Hay muchos lugares donde las compran para los cerdos y los perros.
Pero la foto tiene más información: solo dan dos litros de sirope por el yogurt que debió haber llegado a la bodega para venderle a los niños, en una edad en la que están necesitados de calcio, porque sale la nueva dentición y comienzan la etapa de desarrollo y sus huesos y músculos se estiran aceleradamente. Incluso, si tienes 13 años y un mes, ya no tienes derecho.
Y lo otro: el sirope entró el 24 de agosto y se vence el 31, dentro de tres días. Y eso quiere decir que si no lo sacas en ese momento, lo pierdes. No lo dice así, sino que se vence, como si ya no sirviera, no fuera bebible, o tomable, por un problema de antigüedad, y el bodeguero tiene las potestades de hacer con él lo que se le antoje: llevárselo (más del que ya se llevó a cambio de ponerle igual cantidad de agua al recipiente donde lo tiene, y que de estéril no debe tener nada- o revenderlo, en lugar de a 65 pesos el litro, a 160, que es el precio por la calle, de contrabando o de mercado negro, como queramos decirle.
La foto tiene más información: está recostada en la puerta de entrada de un lugar oscuro, feo, lúgubre, aunque en algún momento debió haber sido un sitio lindo, porque tiene hasta piso de granito fundido, sinónimo de que en algún momento la historia fue diferente, y los niños, y el resto de las personas, en Cuba vivieron de otra manera. Aunque para eso haya que remontarse décadas en el tiempo.
Como siempre, le doy la razón a mis amigos, los fotógrafos, porque con una imagen, de pasada, resolvieron lo que a mi me costó casi 650 palabras y 3500 caracteres.