Por Anette Espinosa
La Habana.- Una década duro la guerra de Troya. Por 10 años pelearon los ejércitos aqueos contra los defensores de la ciudad de Troya. Tras lo cual, Ulises reagrupó a sus hombre e intentó retornar a casa, donde lo esperaban la dulce Penélope y su hijo, asediados cada vez más por un grupo de vividores que ansiaban quedarse con la mujer y la fortuna del rey, cuya suerte se desconocía.
Eran tiempos en que los dioses regían el destino de los hombres y decidían sobre la naturaleza, pero en las aguas del dios Poseidón las sirenas ejercían una influencia enorme y su canto era tan cautivador que nadie podía resistírsele. Por esa razón, Ulises ordenó a sus hombre que se taponaran los oídos con cera cuando se acercaron al lugar donde habitaban aquellas celebridades marinas, con cuerpo de ave y rostro de mujer, o cuerpo de mujer y cola de pez, según las diferentes representaciones.
El rey no quería perder a sus hombres y sabía, porque había sido advertido por la diosa Cire, que le aguardaban momentos muy difíciles en el camino de regreso a Ítaca: Navegaréis cerca del islote de las Sirenas, las que hechizan a todo aquel que se acerque a ellas. Todo aquel que escuche su voz será afectado por la locura y morirá ahogado en las aguas que rodean la isla”, le dijo la deidad.
Solo Ulises logró salvarse de aquella travesía heroica y reencontrarse con su familia. Y no lo digo yo, lo cuenta Homero en La Odisea.
Para el castrismo, cada vez que alguien importante: artista, científico, deportista, abandonó el país, fue porque escuchó los cantos de sirena que llegaban del norte y no pudo aguantar la tentación de irse en busca de las migajas que allí le ofrecían.
Recuerdo las críticas al lanzador René Arocha, cuando decidió quedarse en Miami. También lo que dijeron de Rolando Arrojo cuando tomó el camino de las Grandes Ligas. O cuando José Contreras, que había sido poco antes el nuevo Titán de Bronce, decidió ir a por un mundo mejor.
De los hermanos Gurriel ni hablar. Y lo mismo de Arturo Sandoval. O de eminentes científicos o médicos que se marcharon, porque la situación, desde hace muchos años, no tiene nada que ver con las de un país medianamente normal, donde se pueda vivir con tranquilidad del fruto del trabajo o del talento.
Hasta hablaron mal en un pleno de la Unión de Periodistas de Damián D’Averoff, un humilde redactor de Bohemia que desertó de una delegación cuando los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, y se fue a Estados Unidos. Hasta sus propios amigos, como el oportunista de Joel García, levantaron la voz para criticarlo.
Lo cierto es que la sirenas que se encuentran al otro lado del estrecho de La Florida tienen más encantos que aquellas cercanas a la isla de Cerdeña, y su poder de cautivar no va solo con los hombres apuestos, sino con mujeres, niños, ancianos… con todo el que soñó alguna vez con un mundo mejor, o con salir de la mugrienta cárcel en que se convirtió Cuba desde que el castrismo tomó el poder en 1959.
Estas sirenas muestran el camino de la libertad y la dignidad humanas, y la mayoría inmensa de los cubanos querrían irse tras ellas, solo que mucho no tienen ni los fondos ni las vías para hacerlo.