Por Rachel Pereda
Miami.- En la madrugada del 21 de agosto del año pasado, Emma cumplió cuatro meses. Esa ha sido una de las madrugadas más largas y estresantes de toda mi vida. En aquel momento atravesábamos Guatemala en medio de una travesía que nos cambió para siempre.
Ya estábamos un poco cansados porque habían sido días de mucho estrés, pero cada paso nos acercaba a ese sueño de llegar sanos y salvos a nuestro destino.
Las sirenas de la policía a lo lejos, el oficial acercándose a la camioneta, chantajeándonos con los niños… El estrés, el miedo, la culpa de no saber si aquella peligrosa aventura que estábamos viviendo era la decisión más acertada. Emma pegada a mi pecho, con los ojos abiertos como dos lámparas, alumbrando el camino.
El Travieso en la parte de atrás con su papá, como si fuera un hombre más, pero con el pañal sucio, sin podérselo cambiar porque estaban tan apretados que no se permitía ningún movimiento… Personas vomitando por la velocidad, la persecución, las curvas, las rastras, el dolor de arriesgarlo todo, incluso la vida.
Eran más de las tres de la mañana de ese día 21 de agosto cuando nos bajamos de las camionetas y empezamos a caminar. Atravesamos callejones interminables que parecían no llevar a ningún sitio. Luego a esperar en una casa apartada, hecha de madera, mientras tapábamos a los niños con unas pequeñas sabanitas para cubrirlos de la frialdad de la noche a la intemperie.
Después vino el cruce por el río que separaba Guatemala de México. Más tarde supe que se llamaba «Suchiate», que en náhuatl quiere decir “agua de flores”. Las embarcaciones improvisadas con una goma de camión encima de tablas, repletas de personas que se aferraban al mismo futuro, parecían desafiar los límites humanos.
Ese momento fue algo que me marcó para siempre. Apreté a Emma con todas mis fuerzas, con unos brazos cansados, y el Travieso sentado a mi lado se abrazaba a mí sorprendido mientras escuchaba el sonido del agua moviéndose a medida que avanzábamos a través del oscuro río.
Tantas historias que había escuchado, pero nada se compara al momento en que lo vives. Escondidos luego en un platanal, diciéndole a Daniel que todo era un juego, mientras tuvimos que ponerle a Emma el chupete sucio que se había caído en el suelo porque no podía llorar en ese momento.
El puente que parecía sostenerse en el aire, casi sin tablas para brincarlo, moviéndose de un lugar a otro mientras los pasos parecían cada vez más inseguros. El fango que resbalaba, las piedras que caían a medida que subíamos las empinadas lomas, el lodo, las mochilas, los tropiezos, las caídas, las ropas sucias, los zapatos casi rotos, todos son recuerdos que se convierten en ese nudo en la garganta que, un año después, todavía parece apretar con fuerza.
El 21 de agosto del año pasado, Emma cumplía cuatro meses mientras atravesábamos fronteras aferrados a la fe y a los traviesos como nuestro faro de luz en medio de la oscuridad.
Ese día no hubo fotos, ni cake por la celebración del cumple mes, ni velas para soplar, porque nuestro deseo era llegar todos bien a nuestro destino, especialmente los niños, para empezar una nueva vida.
Un año después estamos aquí, con ese deseo cumplido, con los sueños como impulso, en este maratón constante de volver a empezar, de construir un hogar aún en la inestabilidad que traen los nuevos comienzos, y con una niña guerrera que cada día me sorprende más por su fortaleza, esa que ha logrado convertir hasta el invierno más crudo, en la más hermosa primavera.
Me parece que fue ayer, Emma querida, cuando tenías cuatro meses y estabas en mis brazos, sosteniéndome aunque era yo la que te cargaba, y dándome fuerzas para continuar, hasta en las circunstancias más dolorosas.
Gracias por tu magia, tu luz y tu valentía. Tu hermano y tú son mis guerreros preferidos, y en esos caminos inciertos, siempre fueron nuestra brújula. ¡Feliz cumple mes mi niña hermosa! Cada día 21 agradezco que llegaras, de sorpresa, para completar la felicidad. No ha sido fácil, pero ha sido lo mejor que nos ha pasado en la vida. Cada paso juntos se ha convertido en un regalo, porque en ustedes y por ustedes, los sueños se hacen realidad.
Pd: La primera foto es de ese día 21 de agosto cuando ya habíamos atravesado Guatemala, pero todavía nos faltaban unos cuantos obstáculos para la travesía. Las otras son de hoy, un año después, con la niña que tiene el cielo entero en su mirada. La misma niña que, con apenas cuatro meses, fue la más valiente de todos nosotros, junto a su hermanito y su primita Lya. Hoy sí soplamos una velita, pero la felicidad de nuestros dos pequeños traviesos será siempre nuestro mayor deseo.