Por Jorge Luis García Sierra (Facebook)
La Habana.- La vieja sede de mi grupo, Teatro La Balanza, la sala Teatro Cero en la esquina del Lido, ya era una ruina en los noventa, y aunque sigue siéndolo, me asombra que no se haya venido abajo por completo, luego de tres décadas.
Ahí permanece, por milagros de la física, la estática y la humedad, con algún proyecto cultural que desconozco. Ya no se llama más Teatro Cero, nombre que le puso su ocupante original, Guillermo Horta, cuando radicaba ahí con Teatro de la Danza (como el mío, perteneciente a Juglaresca Habana, del fallecido Bebo Ruiz), antes de marcharse todos a Austria y dejarme a cargo.
Originalmente, un salón de testigos de Jehová expropiado en los años sesenta, durante el (primer) Período Especial, cayó en zona privilegiada, de escasos apagones, dada su proximidad con los hospitales de Maternidad y Pediátrico. Nuestras funciones, especialmente los Café-Teatro semanales, se volvían un oasis con corriente eléctrica en medio de un inmenso Marianao a oscuras. La gente iba a respirar luz entre nuestros muros ruinosos, y nos llenaban el salón —sentados en viejos cojines rescatados del cine Lido, a veces muertos de calor— con apenas un cartel en la puerta y el boca a boca por publicidad.
Experimentábamos con obras teatrales, danza-teatro, trova, humor, improvisación y teatro para niños. No había ninguna otra sala activa en todo el municipio y nosotros llenábamos ese brutal agujero. Dejábamos ensayar a una orquesta de salsa en el patio y extendimos, desde el barrio chino, una ramificación de la escuela Nampai Kung-Fú, incluso nuestro shifu chino Won Yi Man vino a inaugurarla.
Teníamos energía abundante, a pesar del hambre y las carencias crónicas, hasta que la pila se nos fue agotando y ya para finales de los noventa disolví Teatro La Balanza y cada quien tomó por su propio rumbo.
No faltará quien se acuerde de aquellos tiempos, de las abundantes locuras que allí acontecieron (no publicables algunas de ellas). Nuestro micromundo teatral existió, fue real, nos marcó de por vida. Y por lo visto, todavía no se derrumba del todo.