Por Jorge Fernández Era (Facebook)
La Habana.- «Indígena» lo habré escrito ―al igual que el cuento sobre el amor frustrado de Totigua y Matabo― en una etapa «primitiva» en que, además de darle coco a las raíces de los males actuales, me dio por leer sobre la historia del Descubrimiento y los orígenes de la identidad cubana. Debe ser fruto de algún turno de clases en la Cujae. Soñaba ser un futuro ingeniero en explotación del transporte y navegué junto a Colón por esos mares.
Cuando el Maestro Zumbado organizó mi primer libro ―«Cincuenta cuentos de nuestro Era»―, me vi ante dos textos cuyo escenario era la misma «aldea global» que me rodeaba. «Efeméride» ganó la pelea, su historia era más redonda en su afán de trascendencia literaria. Engaveté «Indígena». Resurgió para mi segundo proyecto editorial: «Obra inconclusa», uno de los libros seleccionados entre los cien que integrarían la primera convocatoria de la Colección Pinos Nuevos. En el proceso editorial decidí eliminarlo, me seguía pareciendo flojo por lo elemental de su construcción. Finalmente en «Cada cual a lo mío» (2014) apareció una versión que no acaba de gustarme.
En una reciente recogida encontré una hoja mecanografiada con la versión original del texto. Se las presento por la curiosidad de que tiene más de cuarenta años, y por una circunstancia simpática en que se vio envuelto. La presentación de «Obra inconclusa» se hizo en la Feria Internacional del Libro 1994, que en aquella época se realizaba en Pabexpo, junto a la de otros libros seleccionados para la colección Pinos Nuevos ―recuerdo los de Laidi Fernández de Juan («Dolly y otros cuentos africanos») y Enrisco («Pérdida y recuperación de la inocencia»)―. Francisco López Sacha, unos de los miembros del jurado, se encargó de resumir las bondades de cada uno de los volúmenes. Entre las del mío destacó ―«No dejen de leerse…» fue la frase― un cuentecillo que hablaba de las penurias de un indígena cubano. Solo en el año 2007, cuando coincidimos en la Feria del Libro de Sancti Spíritus, le aclaré que el cuento no fue publicado, pero que la promoción que de él había hecho contribuyó a que en aquella jornada se vendieran no pocos ejemplares.
La estructura literaria de «Indígena» fue superada por textos posteriores. Las circunstancias que me llevaron a escribirlo siguen ahí: la precariedad de nuestra existencia, el inseguro futuro y esos «descubridores» que no acaban de poner pie en tierra.
INDÍGENA
La situación en la aldea se ha hecho irresistible. Ni la televisión puede verse. Mi Caribe está roto y el Siboney no se oye por falta de pilas Yara. Tengo tocadiscos, pero Areíto no edita nada que valga la pena.
Como solo están dando detergente y ya se me acabó, tuve que cambiar una botella de Caney por dos jabones Batey para lavar la Yumurí que Guajimica me compró en Managua. Es la que me gusta, tiene unos bolsillos grandísimos donde guardo los Cohíba que me resuelve una prima dependienta en Guamá.
Acá no es fácil divertirse. Los hoteles Itabo y Atabey se han vuelto inaccesibles. Al restaurante Los Caneyes, único donde encuentras Hatuey bien fría, hay que ir bien temprano para marcar. Llegar a él es otra hazaña, salvo que te pongas de suerte y cojas botella con un camión Taíno.
La juventud tiene más escape con el tiempo libre. Cuando llega el fin de semana y ven que Guaicán no va a tocar en el Bohío de Cultura, cogen un par de maracas y una Batos y arrancan para la Base de Campismo Río Canímar.
No puedo seguirlos, los años me pesan. Tengo un par de fiñes para los que no doy abasto. Ayer se antojaron de comer chocolates Baracoa y me dejaron sin baratijas. El carrito del helado era una opción, pero nadie sabe qué hizo con él Guarina.
Por si sí o por si no, cuando los chamas se ponen majaderos de tanto pedir, les preparo un par de tortas por aquello de que a falta de pan casabe.
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