Por Jorge Sotero
La Habana.- Muchas personas están asombradas porque el Banco Nacional no tiene dinero para pagar salarios, jubilaciones, servicios. Y entre ellos me incluí al principio, pero luego, después de un análisis de la situación, me di cuenta de que es tan normal que eso suceda, que no vale la pena alarmarse por esas nimiedades.
¿Cómo voy a alarmarme porque el Banco Nacional de Cuba no tenga dinero para pagar, o de que no tenga fondos, incluso, para costear la impresión de más papel moneda, en nominaciones más altas, que serán cada vez más necesarias ante el alza inclemente de la inflación?
No. No es justo que me preocupe, ni que me asombre, porque estoy adaptado, o estamos todos, a que las cosas en Cuba sean así. Y no de ahora, sino desde hace mucho tiempo, casi inmemoriales, porque 64 años no son dos ni tres. En seis décadas y media se puede perder la memoria viva de un país, alguien que cuente para que los jóvenes no tengan que regirse solo por fotos, o por las historias contadas en libros escritos por los protagonistas de cualquier gesta.
Era de esperar que no hubiera dinero. Incluso, es normal que ya comiencen los pagos de jubilaciones en monedas de metal. Ya se ven jubilados salir de oficinas bancarias con bolsitas llenas de dinero en efectivo, pero no de papel, sino de metal. Increíble. A donde ha llegado Cuba.
Pero eso pasa en el país donde las carnicerías no tienen carne, donde no pastan vacas en los campos, porque estos, desde hace muchos, se llenaron de marabú ante la desidia gubernamental, que prefirió comprarle -o casi quitarle- las tierras a los campesinos y luego dejarlas perder.
En ese mismo país tampoco hay pescado. La antigua flota pesquera de altamar, formada por cientos de embarcaciones, desapareció como por arte de magia con la caída del campo socialista en Europa. Y las pequeñas flotas de plataforma, formadas por pequeños barquitos, poco a poco se perdió. En algunos lugares quedan un par de langosteros o pequeños escameros, que muy poco resuelven. Y lo que pescan es para exportar o para satisfacer a la cúpula gobernante y sus turistas de ocasión.
No me asombra que no haya dinero, porque tampoco hay medicinas en las farmacias. Los viejos anaqueles de siempre permanecen vacíos de enero a diciembre desde hace muchos años. Por no haber, no hay ni medicamentos para la tensión arterial, ni analgésicos. Y no solo no hay en las desvencijadas farmacias, sino tampoco en los hospitales, al extremo de que los cirujanos, por ejemplo, le piden a los pacientes que busquen hilo de sutura, bisturí, antibióticos, gasa y anestésicos para poder hacerles una intervención quirúrgica.
Si pienso un poquito hacia atrás, cómo me voy a preocupar por lo de los bancos, si en los centrales azucareros no hay azúcar. No hay azúcar en Cuba, un país que hasta mediados del pasado siglo era considerado la azucarera del mundo. Pero no solo no hay el edulcorante, sino que ya no quedan centrales ni cañaverales. Políticas gubernamentales acabaron con unos y otros, y, a estas alturas, para satisfacer la demanda hay que importar azúcar. Increíble que un país que llegó a exportar más de seis millones de toneladas habitualmente, ahora tenga que salir a comprar. Es de locos.
Azúcar y un poco de arroz en mal estado era lo único que se veía en las bodegas, en las viejas bodegas, con techos cayéndose a pedazos, con pesas de más de 60 años, con mostradores sucios y bodegueros hambrientos, con cara de ladrones y esquilmadores. Si vacías están las bodegas -esos lugares a donde manda el gobierno lo que llama eufemísticamente ‘canasta básica’- no menos lo están las tiendas donde se venden otras cosas.
Ya no hay lugares donde ir a por unos pantalones, unos zapatos, un cinto o una corbata. Esas cosas hay que buscarlas ahora en pequeños negocios que no respetan las leyes del mercado. O sí, más que el gobierno, creo. Qué se yo.
Por no tener, las oficinas cubanas no tienen papeles. No hay ordenadores, o computadoras, como decimos acá. Tampoco impresoras, y para colmo, ni papel. Es normal que vayas a hacer una gestión en un lugar y te pregunten si llevaste papel. Incluso, esa pregunta te la pueden hacer en una sucursal de un Banco de Crédito, de un Metropolitano o de un Popular de Ahorro.
Hay lugares, por ejemplo en los registros civiles, donde se usa un papel amarillo, que parece guardado desde hace muchas décadas, al extremo de que en algunos países no los aceptan, porque no creen que sean legítimos, por más que tengan cuños, sellos y no sé cuántas cosas más.
Tampoco hay cuadernos para los niños. Los textos que sobreviven, desvencijados ya por los años de uso, cada vez son menos. Y los maestros y profesores tienen la estricta recomendación de no permitir que ninguno sea fotocopiado por los padres, para no crear diferencias entre los que pueden hacerlo y los que no. Porque siempre hay algún alumno cuyos progenitores pueden pagar ese servicio.
En las escuelas no solo faltan los libros y escasean los cuadernos. Tampoco hay pupitres. Sé de muchas historias de niños que se han cambiado de escuelas y la dirección del nuevo centro les ha dicho antes que los acepta, pero solo si van con pupitres.
Eso no me asombra, porque tampoco hay combustible en las gasolineras, ni sellos en los correos, ni médicos en los hospitales, porque más de 30 mil se han largado en los últimos años, y los estudiantes de medicina dejan la carrera, a veces a punto de terminarla.
Tampoco hay dirigentes con vergüenza, ni con capacidad para resolver nada, porque ellos ocupan esos puestos solo por su fidelidad al régimen y no por sus habilidades. Entonces, no es justo pedirle a los bancos que tengan dinero, porque solo están haciendo lo que les toca, justo cuando la economía cubana va en caída libre, fruto de lineamientos y reordenamientos.
(La idea de este texto se la robé a Maikel Cerralvo, director del grupo humorístico La Leña del Humor, que tiene su sede en Santa Clara)