«Personalmente, como muchos estudiantes universitarios, participaba en las jornadas voluntarias para la construcción de círculos infantiles y policlínicos, en la capital; pero reconozco (y no estoy obligado a decirlo) que, a pesar de mi presencia sistemática, no alcanzaba las horas voluntarias que hizo el Comandante en Jefe, quien —después de duras jornadas de trabajo en relación con la dirección del Estado cubano— realizaba estas duras faenas, junto al pueblo. Aquella tarde preguntó quién de nosotros salía después del turno de clases y cooperaba en una de esas construcciones. También (después) charló un poco más animado y recordó que, por su responsabilidad, no podía hacer muchas de las cosas que hacíamos los estudiantes: ir a la playa, a un cine o sencillamente caminar por una calle (como el malecón habanero) o pararse en una esquina».
TRIBUNAS
Por Jorge Fernández Era (Facebook)
La Habana.- Raúl San Miguel, excompañero de la Facultad de Periodismo, hoy director de Tribuna de La Habana, publica en el órgano provincial del PCC de la capital el artículo «La línea que nos separa en el tiempo y memorias de un encuentro con Fidel», en el que rememora la reunión que sostuvimos los estudiantes de la casona de G entre 21 y 23 con Carlos Aldana, jefe del Departamento Ideológico del Comité Central, y el Comandante en Jefe Fidel Castro como invitado de última hora.
Con todo el derecho que le asiste, Raúl expone sus valoraciones de un suceso que aconteció hace casi cuatro décadas. Con el que me asiste a mí, paso a refutar algunas de ellas. No es ponernos de acuerdo sobre la fecha —sigo obstinado en que fue el miércoles 29 de octubre de 1987—, sino en que las «marcas» que le queden a cada cual se circunscriban no al deseo de lo que pudo ser y sí a lo sucedido.
Por mi responsabilidad en la FEU —fungía como vicepresidente de la Facultad—, estuve muy ligado al asunto —«hechos precedentes capaces de estimular un encuentro entre la alta dirección del Estado cubano y los estudiantes de la Facultad de Periodismo» les llama Raúl—. Desde meses antes, incentivados por las páginas de Novedades de Moscú y Sputnik y las informaciones sobre la perestroika y la glasnot que impulsaba Gorbachov en la URSS, las aulas y pasillos se convirtieron en un hervidero. Un mural daba la bienvenida al visitante y lo imponía de las diferentes corrientes de pensamiento. En él cada quien ponía lo que le venía en gana, siempre llegaba otro para contradecirlo.
Se realizaba una peña mensual en donde invitábamos a trovadores, humoristas, conferencistas… y se discutía sobre «la cosa». Abrimos una galería de arte muy a tono con los presupuestos del movimiento plástico de los ochenta. Del propio secretariado de la FEU surgió la idea de confeccionar un periódico de circulación «facultativa». Se me designó coordinador. Todavía guardo originales de artículos que nunca vieron la luz, pero que iluminan sobre las ideas de los pichones de periodistas que éramos entonces. Que se abogara —solo un ejemplo— por la «autonomía universitaria» en tiempos en que ya ni los taxis tenían autonomía, era muy osado.
Había que parar aquello. ¿Cuándo se ha visto que jóvenes de veintitantos años o menos se interesen más por los asuntos del país que por subir nota en Taquigrafía con el fraterno De la Osa? El caso es que surgió la necesidad de sentarnos a hablar de hijos a padres y de padres a malcriados. San Miguel afirma que en aquella reunión no hubo una batalla campal, parece que lo invitaron a otra. Inmediatamente se contradice: «Solo las voces de quienes aprovecharon el momento para hablar en nombre de todos y, por supuesto (sin nadie mediar y presionar) fueron silenciadas por los argumentos irrebatibles de Fidel». Para el nuevo director de Tribuna de La Habana existe una «línea que nos separa en el tiempo». Este párrafo es genial:
«Se suponía (en mi criterio) que la selección de estos jóvenes (futuros periodistas) posibilitaría abordar, con una mentalidad desprejuiciada y fresca, asuntos que podrían aportar valiosas ideas en relación con la línea trazada por la Revolución. Era realmente una oportunidad, no solo para hablar de los posibles errores (reitero, y que además toda obra humana se puede corregir). Podíamos aportar ideas, argumentos».
Lean eso, miembros de la comisión de admisión en los revoltosos años del «derrumbe»: de haber contado ustedes con un cuadro de la talla de Raúl San Miguel, nos hubiéramos ahorrado aquella fastidiosa reunión. Los apestados que pusimos malo aquello no fuimos con ideas, argumentos, mucho menos con mentalidad desprejuiciada y fresca.
Mi excompañero de carrera dedica dos ridículos párrafos a contar cómo nos dirigimos hacia el lugar de la reunión —¿en serio fuimos de tres en tres cual traslado de prisioneros, esclavos o agentes de la CIA?, ¿no le da vergüenza contar eso?—. En aras de la verdad, el Salón de Reuniones del Comité Central nos fue impuesto por Aldana y sus acólitos. Defendíamos que la reunión se hiciera en el Anfiteatro Varona de la Universidad de La Habana, hasta última hora era acuerdo hacerla allí. De buenas a primera cambiaron la bola y reforzaron el pitcheo. Convocamos a una reunión de los cinco años para discutir el asunto. Desde «el más allá» nos informaron que dicha asamblea era «ilegal». Enarbolamos los estatutos de la FEU: nada de eso. Tras mucho cabildeo, hubo que aceptar las reglas de Aldana y compañía si soñábamos discutir de tú a tú el remolino de cosas que albergábamos en el cerebro.
Las sospechas sobre el «templo» escogido no eran infundadas. Estudianticos majaderos: son ustedes los que están de visita, así que compórtense. Para empezar, aire acondicionado a toda potencia, cámaras de televisión, agentes de seis pies que no les quitarán los ojos de encima, y micrófonos a tiro de ruleta rusa como para que a partir de hoy aprendan a respetar a las personas mayores.
El que lea «La línea que nos separa en el tiempo y memorias de un encuentro con Fidel» no se enterará que allí, entre los temas discutidos, hubo algunos que aún hoy son tabú en cuanta «reunión a camisa quitada» —perdón a esas prendas si se lee que me refiero a la Asamblea Nacional— se realiza a la sombra del improvisado Díaz-Canel. Si el encuentro en el 87 con el primer secretario del Partido y el futuro tenedor de dólares en bancos extranjeros comenzó a las dos de la tarde y solo concluyó a las cuatro de la madrugada del siguiente día fue porque los muchachos de los que hoy Raúl reniega fueron capaces de cuestionar la guerra de Angola, la política desinformativa (con la no se ha firmado acuerdo de paz alguno), el descalabro económico socialista… y (agárrense) el culto a la personalidad de Fidel.
Con temas tan presentes hoy en los contactos de los invulnerables con los vulnerables, cómo puede haber gente que afirme que aquello fue una batalla campal. Para evitarlo estuvo la certera palabra de Fidel, que nos silenció y de qué manera. Porque al columnista de Tribuna le habrán entregado el carnet de la juventud al día siguiente, pero a mí, como a otros, ordenaron secuestrármelo, además de defenestrarme del cargo de vicepresidente de la FEU de la Facultad y trasladarme «voluntariamente» para el curso nocturno.
Raúl San Miguel, con todo el derecho que le asiste a la adulación, a la guataquería, percibe de manera diferente la intervención que como respuesta a la mía hizo el Comandante esa noche:
En mi participación «voluntaria» en la construcción de los susodichos círculos infantiles tomé nota en una agenda —recuerden mi paso por la Facultad de Arquitectura— de las barbaridades que se cometían en aras de cumplir con los caprichos del máximo líder. La oportunidad era única: estaba «en la mata». Y «el árbol» me cayó encima. Se me acusó de decirle «loco» a Fidel solo porque expresé que «construir en solo dos meses lo que no se ha hecho en treinta años es una verdadera locura». Menos mal que no ralaté que, como reservista del Batallón UJC-Minint, tuve que asistir a inauguraciones de los flamantes círculos. En uno de ellos estuve encerrado por más de diez horas en el reducido espacio de un «baño» al que no se le había hecho nada, ni las instalaciones hidráulicas. «Tu función es aferrarte fuerte a la agarradera de la puerta. Ni al mismísimo Comandante en Jefe puedes abrirle».
Otra «simpatiquez» de mi excompañero de estudios es cuando, al referirse a la desaparición y silenciamiento que de esa reunión se ha hecho, declara que «es posible que esas grabaciones existan. Como muchas otras reuniones, de interés de Estado (en cualquier país) no son de la incumbencia pública». Y todavía hay gente que dice que Fernández Era es humorista.
Desde la tribuna de tu cargo en Tribuna te es muy cómodo, Raúl San Miguel, endilgarle «mentiras» a tus otrora compañeros y amigos. No tendrás que ser fiel a diferentes enfoques del suceso: en los periódicos de línea oficial se vería feo publicar otra visión que no sea la de los omnipresentes comisarios del orden, de la prudencia y de la doble moral. No te vendrán encima las botas de los combatientes de la Villa de Avenida San Miguel para forzarte a prisión domiciliaria como me han forzado a mí por decir mis verdades; por declarar hoy, 13 de agosto de 2023, en el cumpleaños 97 de Fidel Castro Ruz y desde el único estrado que me dejan, que la reunión del 29 de octubre de 1987 me abrió los ojos ante el poder dictatorial y la sepultura de los valores que me inculcaron mis padres.