Por Jorge Sotero
La Habana.- Aquello de que los rusos iban a invertir en Cuba en no sé cuántos sectores de la economía y de que ayudarían a la dictadura con barcos de petróleo, trigo y fertilizantes, forma parte del pasado. Al menos es lo que dan a entender Díaz Canel y compañía, porque hace dos meses no se habla del tema y los altos dirigentes, de un lado y del otro, han dejado esos vuelos entre Moscú y La Habana.
Eso sí, Esteban Lazo irá a Moscú en septiembre, acompañado de un amplio séquito, para volver a pedirle a los jerarcas de Moscú que no dejen a la isla que una vez fue de ellos, de la mano. Tal vez le diga que al menos una parte del trigo que le van a regalar a África, o de los fertilizantes, los destinen a Cuba. Pero tampoco está muy convencido el presidente del parlamento cubano de conseguirlo.
Rusia intentó ayudar a Cuba. Dirigentes de ambos países, a todos los niveles, se reunieron en las respectivas capitales para buscar vías factibles de negocios. Los rusos imaginaron que Cuba compraría productos rusos, que llegaría con la plata y establecería las líneas para el intercambio de mercancías, pero no fue así. Cuba fue a buscar créditos, y Moscú no estaba por la labor.
Díaz Canel, cuando se reunió con Putin en Moscú, le pidió que liberara un crédito condicionado desde antes -hace años-, por mil 200 millones de dólares para ampliar las termoeléctricas, pero el inquilino del Kremlin se negó, y le dijo que el momento de hacer válido ese monto había pasado, y que Cuba no había cumplido con los requerimientos puestos por su contraparte.
También le pidió otro crédito, este de cerca de 800 millones, para comprar petróleo y cereales, pero el presidente ruso solo accedió a unos 106 millones, con el argumento de que está en guerra con Ucrania, y que las finanzas de Moscú están limitadas.
Putin sabe que los créditos a Cuba pueden ser a fondo perdido, porque el gobierno de La Habana nunca paga, y cuando lo hace no es en tiempo, obliga a renegociaciones, y a muchas artimañas, y ya está cansado de todo esto. Prefiere regalarle los productos a África, donde tiene intereses, que a una isla que no le aporta nada y que sabe que, tarde o temprano, sus aliados en el gobierno terminarán por perder.
Incluso, es de los que cree que el gobierno de La Habana se tambalea cada vez más, porque no es de quienes se conforma con el discurso oficial. Por información confidencial, Putin sabe que al castrismo le queda poco, y aunque se asombra de cuánto ha resistido, tiene sus dudas. Y no está dispuesto a arriesgar cantidades desorbitadas de dinero por facilitarle un poco de oxígeno a un paciente que tiene el tiempo contado.
Eso no quiere decir que una compañía rusa, cualquiera sabe cuál, no vaya a abrir un mercado en La Habana o en Santiago de Cuba. Serán opciones que tendrán los empresarios privados, pero el gobierno, como tal, no se enrolará en ninguna otra aventura con los Castro, ni aunque vaya Raúl Castro en persona a Moscú en un avión-cama y se lo pida personalmente al mismísimo Putin.
Así que no nos dejemos engañar: la solución al problema de Cuba, al hambre y la miseria, no está en Moscú. De Moscú sí consiguen otras cosas, como la compra de los sofisticados sistemas de vigilancia para protegerse del pueblo y de cualquier conato de rebelión. Además del armamento que necesitan las hordas castristas para reprimir. Pero nada más.