Por Jorge Menéndez
La Habana.- La revolución cubana convirtió lo fácil en difícil en Cuba. Esa fue su premisa para, con los años, ir creando un caos público y poder buscar los culpables de su ineficiencia afuera.
Durante años ese ha sido su argumentario y su justificación ante la ineficiencia de un sistema que nada aporta a la sociedad.
Transcurridos 64 años de ese descalabro, la sociedad cubana ha llegado a un estado de miseria y desespero con futuro negro, sin aspiraciones de ninguna clase.
¿Qué sucede entonces?
El pueblo cubano emigra a mansalva y el que no lo hace, sufre el mal trago de la miseria más profunda sin chistar (sin tener en cuenta las revueltas de julio de hace dos años).
La miseria imperante ha traspasado todos los límites de la decencia y permisibilidad humana.
Hoy constituyen lujos llevarse tener un bocado de comida, tener luz, una casa, coger un bus, y también encontrar una medicina.
El sistema, con su aparato represivo y de control supremos, ha corroído la esencia de la cubanía.
¿Qué es la cubanía?
El cubano siempre fue alegre ante las adversidades, fue solidario, se apoyó en la familia, los vecinos. Los cubanos jugábamos parchis, dominó, en la acera, nos dábamos una tasita de café a través del muro divisorio de las casas. Existía el verdadero aprecio a la educación y todos disfrutábamos de esa convivencia.
Esa era la foto de la vida del cubano, que sin riquezas vivía dignamente. Pero hoy absolutamente todo se ha convertido en silencio, por el miedo que nos ha comido la dignidad.
Ese, precisamente, es el silencio cómplice del sistema que nos ha llevado a esto.
La cubanía se disipó, se esfumó como por arte de magia, se perdió, y los cubanos ahora somos otros.
Si pasas por el Vedado solo observas casas maravillosas, construidas antes del 59 con amplios portales señoriales, que hoy parecen cárceles, con rejas por doquier para defenderse de los robos y la delincuencia, antes tanta precariedad. Esas rejas constituyen símbolos inequívocos de las necesidades y la nueva mentalidad del «otro cubano».
Ese silencio cómplice es el instrumento perfecto del gobierno para que tres mequetrefes silencien a 11 millones de cubanos.
Ese silencio cómplice y la indiferente de los vecinos, cuando una madre sale con sus hijos a protestar a la calle por la insalubridad de su casa, es el apoyo del pueblo a los desmanes del desgobierno.
Ese silencio cómplice, cuando la policía abusa, maltrata y golpea a un chico que salió a protestar por el hambre que sufre, es el vehículo perfecto para que el gobierno diga que todos lo apoyan.
Nos hablan de tranquilidad ciudadana. ¿Cómo puede haber tranquilidad cuando las madres han dejado de llevar sus hijos a la escuela porque estos no tienen ni desayuno?
¿Qué pretende vendernos el gobierno?
El silencio cómplice es el caldo de cultivo del desgobierno para vendernos sus «logros».