Por Anette Espinosa
La Habana.- Hace dos años, cuando los sucesos del 11 de julio de 2021, la teniente Yanet Machado se lució como represora. Se sumó a las labores de identificación de los que marcharon en contra del gobierno, participó en las detenciones, en los interrogatorios de los retenidos, y en las presiones a otros que no llamaron a las estaciones policiales, pero que les dijeron que se tenían que ir del país si no querían pagar largas condenas.
La teniente Machado se ensañó con unos y otros. No tuvo piedad con ninguno. Amenazó siempre. Preguntó con altanería, como si fuera la estrella de una película de Hollywood y necesitara que sobre ella recayera todo el protagonismo.
A un joven que recién había terminado el preuniversitario, que había marchado en contra de la dictadura castrocomunista, y que se veía en los vídeos, le dijo que si no tomaba el camino de los volcanes en tres semanas, lo irían a buscar y le harían lo mismo que a los hermanos Jorge y Nadir Martín Perdomo, quienes por entonces permanecían incomunicados en la antigua prisión del Sida, en el municipio de San José de las Lajas.
Pero no fue todo lo que hizo la teniente Machado, quien recalcó varias veces delante de sus víctimas que ella era incorruptible, que lo que hacía era el resultado de su vocación. Y sus agraviados, que no fueron solo los que mencionamos ahora, se lo creyeron siempre. Parecía una más de esos policías extremistas, aunque también le gustaba vestir sayas cortas y enseñar casi la punta de las nalgas y hacerse la fina. Pero eso era solo en algunos momentos.
No hubo nadie vinculado con los procesos judiciales por el 11 de julio en la capital de Mayabeque que no sintiera desprecio por la teniente Machado. Presionó a la Fiscalía, aún después de que esta había sido instruida por el Comité Provincial del Partido y su primera secretaria de entonces, Yanina de la Nuez, a tener piedad con los detenidos, sobre todo con los que tuvieron liderazgo, en referencia a los hermanos Martín Perdomo.
Cuando los fiscales, que actuaron bajo coerción, pero actuaron y cargarán con esa culpa, le dijeron a la teniente Perdomo que no había que exagerar, esta se exasperó. Fingió estar muy molesta, porque ella, desde su puesto, quería sanciones ejemplares para los que solo pidieron un poco de libertad, electricidad, comida y medicinas.
Por entonces, las dos cajas de pollo que le daban al mes le parecían suficientes. Se sentía bien pagada, como una privilegiada ante un pueblo que sufría ingentes necesidades. Y por presionar, lo hizo hasta con el abogado de los hermanos Perdomo, Reynel Brito, quien la descubrió en Estados Unidos. Sí, como usted lo lee, porque la teniente Machado, así, como por arte de magia, abandonó las filas del ministerio del Interior y se fue de Cuba.
Hasta ahora, nadie se puede explicar cómo Yanet Machado consiguió de pronto que le dieran la baja de la Policía, con lo complicado que resulta, y, sobre todo, que le permitieran sacar pasaporte, con lo estrictas que son las autoridades castristas con aquellos que formaron parte de los cuerpos represivos, quienes tienen que esperar varios años para poder acceder a ese documento y, por consiguiente, tener derecho a viajar al extranjero.
¿Se fue Yanet Machado por vía marítima, en una lancha, en una balsa? Todo hace indicar que no. Por ahí hay fotos de ella en una travesía muy similar a esas que emprendieron muchas de sus víctimas por Centroamérica, luego de pagar grandes cantidades de dinero y de ponerse en manos de inescrupulosos traficantes de personas, que, al final, le hicieron un favor a los cientos de miles de cubanos que se arriesgaron por Nicaragua, atravesando casi toda la región para llegar a la frontera sur de Estados Unidos.
Yanet Machado, sin embargo, está en Estados Unidos. Tiene que haber mentido para entrar, para conseguir esos permisos necesarios para permanecer en el país que ha salvado a miles de cubanos, pero sería bueno averiguar cómo lo hizo, descubrir sus artimañas y denunciarlas, para que alguna corte federal la devuelva a Cuba, a San José de las lajas, a la calle 82, de donde no debió salir nunca por su vocación de revolucionaria y de represora.