Por Fernando Clavero
La Habana.- La muerte de Yoandy Garlobo pasó como algo normal para la familia del béisbol en Cuba. Murió un hombre del béisbol y como no había peleado en la Sierra Maestra ni había sido combatiente de nada, los medios se limitaron a dar la noticia y nada más. Incluso, el periódico del Inder ni foto del matancero tenía para ilustrar la nota necrológica e hizo lo más fácil: puso una pelota de béisbol.
Era fin de semana y tal vez ese día el redactor de guardia no sabía quién había sido el matancero, uno de los pilares de Cuba en el I Clásico Mundial. Pero alguien debió advertirle, sobre todo en un país donde, supuestamente, todo se controla.
Incluso, el día que se dio a conocer la muerte del jugador, a los 46 años de edad, había dos partido programados y en ninguno de los estadio se rindió un minuto de silencio. No lo hicieron los aficionados, ni lo pidieron los directivos y tampoco los compañeros de profesión. Y ahora recuerdo el día en que murió Pedro ‘Natilla’ Jiménez y cómo Antonio Muñoz salió con una cinta negra en la manga de su chamarra.
El mal no es de ahora, sino de siempre, desde que el béisbol dejó de ser algo intrínseco en la vida de los cubanos y se convirtió en un acontecimiento político, en una tarea más, en una actividad controlada desde el aparato gubernamental para darle circo a un pueblo con hambre, pero ya ni eso es, porque su nivel ha caído tanto que nadie sigue el torneo nacional. O muy pocos lo hacen, para no pecar de absoluto.
Eso sí, siempre hay personas que se acuerdan de sus amigos, de aquellos que le sirvieron de inspiración. Y esta vez lo hizo Yadir Drake, el primera base de los leones de Yucatán en la Liga Mexicana de Béisbol. Drake salió al campo con el nombre de Garlobo en su uniforme y el número 31, el que llevó con cada equipo donde jugó.
No pudo haber mejor homenaje para el fallecido amigo. Con su gesto, Drake borró, de un golpe, todas las malas acciones de los dirigentes del béisbol en Matanzas y Cuba, y exaltó a un colega de profesión que mereció mucho más que una somera nota necrológica en los desvencijados periódicos de la isla.
