(Tomado del muro de Facebook de Gretell Lobelle)
La Habana.- Lo malo de los estereotipos es que la gente se va a los extremos. Este vicio en deconstruir estereotipos no me hace perder la perspectiva. Soy lo que soy: soy guajira. Nunca ni de roce voy a ser «intelectual».
A mí me gusta andar descalza y por respeto a mis visitas no les pido que se quiten los zapatos cuando llegan a casa, pero no hay cosa en este mundo que me incomode más que caminar y sentir churre en el piso.
Me puedo acostar y de pronto entrarme un perro insomnio y tener que levantarme y sonar tres cubos de agua y empezar a baldear. A mí me gusta almacenar frazadas de piso y líquido fregasuelos. Hago malabares para que no me falten estropajos de aluminio, pal culo de mis cazuelas. No soporto una cazuela tiznada.
Lo jodido en todo esto, donde la gallega se alza, es que el macho me mande o cuestione las labores del hogar. Ese es el instante donde queda automáticamente desclasificado. He ahí el drama, mi veta feminista, dicotimia entre placer y estereotipo.
Me gusta mi casa. El olor de la ropa recién tendida, el movimiento del viento en la ropa blanca. Me gusta el blanco pulcro. Hay amigas que traducen mis manías como locuras y me miro al espejo a ver si la cara se me arruga por aquel dicho de «mujer de casa cara arrugada».
Yo hallo en esos rituales una satisfacción increíble. Rituales en mi tiempo, ese tiempo donde empiezo a las 7 am y puede que a las 9pm aún esté en el proceso de lavado. Suelto, leo páginas de un texto y sigo. Si algo aprecio después de los 40 es el tiempo. Acordarme en las horas y revolotear en ella. Hacer y deshacer en esta quintica de casa.
Riego mis matas (ellas saben que plantas es un término superior, le doy de comer a la gallina, la gata y el perro, y si me da por sembrar empiezan a quedarse cosas pendientes que retomo después.
Una mujer debe ser feliz, debe defender aquellas cosas que le dan placer. Lo demás es mierda, estereotipo y poder. Quizá por eso estoy sola, encajar es difícil cuando todos funcionan con un orden mental en esquemas.
Adoro los silencios de mi casa, aprecio el silencio y es, para mí, el mejor sonido. Adoro el olor a limpio, en las cosas y la gente. Disfruto la energía de la lectura, muchas veces, justo en el sillón del comedor, el sitio donde todo el que llega a casa cae en un estado de sueños y es que mi casa calma, por eso me empeño en dejar los ìgbín (caracol) que son los responsables.
Y sí, no critico a quien cree estos actos una pérdida de tiempo, una tarea obligada, una acción menor en evolución de la libertad de una mujer. Una mujer debe disfrutar, sobre todo entender aquello que le da placer más allá de un canon. No me entrego a un acto para nadie. Decido el momento porque es placer no obligación. Mi guajirá me representa en acto volitivo, en gusto de amanecer un domingo -a los 47 los días no son significados ni significantes-, llenar la casa de agua, instaurar el olor a limpio, servirme una copa de vino y ver el brillo, el reflejo de la luz en las baldosas.