DE UNA ENTREVISTA INEDITA

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(Tomado del muro de Facebook de Pedro Luis Ferrer Montes)
La Habana.- Meses atrás, un colega cubano bien intencionado me envió un grupo de preguntas, con el propósito de publicar mis respuestas en una revista isleña. Todo indica que no logró colocar su interviú. No obstante, como que sus inquietudes me parecieron interesantes, he decidido resumir mis comentarios, y agregar otros, para satisfacer la curiosidad de algunos «amigos de Facebook»:
He tenido «permiso de residencia» en España por muchos años. Mi quehacer se venía desenvolviendo equilibradamente entre Cuba y Europa, lo cual era imprescindible para mi desarrollo profesional, pues eso me permitió implementar la intensa actividad creativa en mi pequeño estudio doméstico habanero, equipado con la técnica más escueta, adquirida y renovada mediante las limitadas finanzas que me proporcionaba el trabajo en el «viejo continente». Lo poco que he ganado lo he invertido en equipos e instrumentos. Las dificultades en la calle isleña me abrieron el camino de la independencia íntima: comencé a grabar en mi propio espacio y a promover mis matrices con compañías extranjeras, lo cual me propició un mayor acceso a la técnica. Aunque no soy masoquista, en este caso agradezco a Dios el camino de las dificultades porque me concedió mayor libertad creativa y en todos los sentidos. Fue la época en que escribí el poema «El que no sabe perder, no sabe lo que es ganar». Mi madre me decía: «Mijo, no te dejes llevar por la apariencia desagradable de los acontecimientos, guíate siempre por los resultados». Y es lo que hago constantemente a la hora de analizar cada suceso. Ir al mundo también fue importante para mi desarrollo personal, para mi cultura y crecimiento espiritual.

En Cuba, por temporadas, ofrecía conciertos a lo largo de la isla, con el apoyo logístico del Instituto de la Música. En cabeceras provinciales y en pueblecitos (lo cual me satisface mucho); a veces en algún teatro de La Habana. Nunca acepté hacer ningún concierto, ni gira, como propaganda y saludo a ninguna fecha patriótica, ni cumpleaños de dirigentes, ni de ninguna organización política oficial: todas mis presentaciones se basaron exclusivamente en la promoción de mi quehacer artístico. Cuando más, se le daba crédito a la producción del Centro Nacional de Música Popular, lo cual me parecía muy justo y legítimo.

 La mayor parte del tiempo en Cuba lo dedicaba a mis labores creativas y de aprendizaje. Con el dinerillo que ganaba en Europa y el que me pagaban modestamente por mis espaciadas temporadas de actuaciones en el caimán, agenciaba el condumio indispensable para la familia. Mi casa nunca tuvo ninguna clase de opulencia ni ostentación: era y es solo un espacio envidiable para la intimidad espiritual. Una vida modesta, materialmente, pero con el gran lujo de dedicarla enteramente al arte, mi mayor prioridad y vocación. «No solo de pan vive el Hombre».
Cierto que tuve momentos desagradables, relacionados con la cosmología política del país. Debido a mi espiritualidad y experiencia de entonces, y mi accionar desenfadado y confiado, en aquel contexto herméticamente centralizado, no había manera de escapar de esa vivencia. Mi instinto me lanzó al ruedo. Fue un lapso sabático de aprendizaje profundo y meditación, una escuela espiritual que Dios me hizo matricular para mi crecimiento humano, y por la que le estoy enteramente agradecido.
No obstante, en medio de las dificultades generales ocasionadas por la órbita política, monolítica e indivisa, tuve la suerte de que las personas a cargo de mi centro laboral y el Instituto de la Música, me trataran con respeto personal y respaldaran mi prestigio profesional. Para este menester, nadie me exigió renegar de mis ideales, ni de mi accionar crítico. A decir verdad, no mencionaban eso. Lo digo sinceramente; es mi testimonio específico, pues si dijera otra cosa mentiría. Años antes, una funcionaria de cultura, militante del partido único, había amagado con dejarme sin salario si yo continuaba cantando las coplas que incomodaban al poder. «Que cada quien haga lo que le corresponda hacer. Lo mío es cantar, y me gusta más cuando lo hago gratis» —le recité con humor relajado. La verdad es que no pasó de ser un amago de mal gusto, pues nadie obstaculizó mi sueldo, aunque seguí cantando mis «canciones polémicas».
Los dolores y dificultades que nos ha tocado vivir a la mayoría de los cubanos —que son demasiados—, los diferencio de aquellos que pertenecen a mi persona en particular. No todo lo vivido desagradablemente obedece a una acción especial contra mi ser: la mayor parte son cosas que tuve que experimentar sencillamente por ser parte del pueblo; un pueblo que vive bajo un diseño político inmovilista que impone su criterio centralizador, y cerrado al diálogo. Aunque tengo la impresión de que ciertamente hay personas en las que se ensañan, no considero que es mi caso particular. Por eso no hago carrera asumiendo el papel de víctima especial. Si me van a aplaudir que sea porque mi obra lo merezca. El gran pueblo tiene su amarga experiencia, y, dentro de esta, cada quien atesora la suya propia.
De tal suerte, estando de gira por Europa, en un recorrido que se prolongó por siete meses, me llegó la propuesta de un empresario: un contrato de trabajo por un año en EEUU. Aunque ya deseábamos volver a casa (el bregar había sido intenso), decidimos aceptar. Así, regresamos a Cuba por dos semanas y seguimos a USA. Acá entonces todo comenzó a fluir como Dios manda: muchos conciertos y convites, nuevas y provechosas perspectivas de trabajo. Hasta que un inolvidable día, a punto de concluir el contrato, nos sorprendió la pandemia.
La vida se paralizó por completo, todos saben cómo fue el desastre: años de internamiento en casa, con todos los locales públicos clausurados, suspensiones de conciertos, todos los aeropuertos cerrados, y el trasiego universal detenido. No había cómo reponer ni un centavo. ¿Para qué contar lo sabido? La única ventaja que nos trajo la pandemia —a Dios gracias—, fue que pude terminar mi primera compilación poética, «Poemas sin libro», y grabar con rigor profesional (en el  apartamento rentado) los proyectos discográficos «La Bunga» y «Todos por lo mismo», a petición de la editorial española Media Vaca. Un encierro de años, muy provechoso, gracias a mi costumbre de cargar siempre con mi estudio portátil y mis instrumentos autóctonos.
Hasta que en un milagroso amanecer, comenzó a flexibilizarse la parálisis y abrirse de manera limitada los espacios públicos. Los centros nocturnos reiniciaron parcialmente sus labores, luego las salas de concierto… Y se estrenó y echó mano al concepto de «nueva normalidad».
En cuanto las oficinas migratorias reiniciaron la atención al público, Lena, mi primo Rey (mi sonidista) y yo, decidimos re-tramitar nuestro estatus legal en EEUU (que ya estaba caducado y sin el cual era imposible continuar trabajando para mantenernos y saldar deudas); al fin y al cabo, ya habían transcurrido más de tres años sin poder regresar a Cuba.
Al iniciarse el «fin de la pandemia», donde todo funcionaba todavía con restricciones e incertidumbre en todo el mundo, hice mi primera movida a La Habana, en mayo del 2022. Fue una estancia exclusivamente personal y familiar.
Espero que pronto, si Dios quiere, arribaré a Cuba nuevamente. Esta vez llevo la intención de trovar con mi hija Lena en algún local discreto, sin ánimo de lucro, y sin mucho aspaviento, actuar humildemente —como lo hice siempre— para nuestro entrañable pueblo que ha seguido queriéndonos.

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